Fecha: 16 de febrero de 2020

Uno de los campos ineludibles de la responsabilidad laical en la Iglesia es el compromiso educativo.

Por muchas razones. La primera, porque la misma naturaleza capacita y destina al ser humano para engendrar vida. Y engendrar vida, según nuestro modo de pensar, no es solo tener hijos, sino formar personas humanas. Y esto no es posible sin asumir el compromiso de educar.

La segunda, porque la misión de los laicos, como nos enseñó el Concilio Vaticano II, es la transformación del mundo según el modelo del Reino de Dios revelado en Jesucristo. Y esta transformación no solo se realiza cambiando sistemas y estructuras, sino, sobre todo, formando personas, favoreciendo personalidades que desde su responsabilidad construyan ese mundo nuevo.

Es por eso que la responsabilidad primera y originaria de educar a los hijos pertenece a los padres. Es su derecho y su deber, anterior a cualquier otra instancia, incluido el Estado. La expresión en boca de los padres “mis hijos son míos” es ambigua, pero en boca de un gobierno o de un representante del Estado, es absolutamente falsa. Ciertamente no son propiedad de los padres, ni del Estado, ni de un partido, ni de nadie, sino, en todo caso, de Dios, que por lo demás no quiere aparecer como “dueño”, sino como salvador. Se puede decir que los hijos son de los padres, pero solo en el sentido de que son los primeros responsables de su formación.

Vale la pena profundizar en los motivos por los cuales los padres abandonan su responsabilidad educativa y la dejan en manos de la escuela, es decir, del Estado o del gobierno autonómico de turno. Un día, conversando sobre cierto acto educativo realizado en la escuela, que contradecía las convicciones cristianas, escuché una respuesta de un padre, que resultaba muy preocupante: “mire, no se preocupe, en eso no podemos hacer nada”. Si esto es así, estamos ante una situación muy grave. ¿Es el político que manda, aunque haya sido elegido legítimamente, quien educa a nuestros hijos? ¿Es su ideología la que se transmite en la escuela? No existe ninguna acción educativa que sea indiferente desde el punto de vista ideológico.

Cada gesto, cada palabra, cada actitud de los padres educa. Y toda acción educativa transmite una idea de mundo y de la persona, un sentido de la vida. ¿Qué sentido tiene el trabajo, la profesión, el dinero, el cuerpo, la estructura social, la diversión, la amistad, la familia, la sexualidad, el progreso científico, el arte, el cosmos…? No es ninguna casualidad que las “ideologías mesiánicas” quieran dominar, ante todo, la educación. En la educación está el futuro.

Los creyentes no ocultamos, que nuestro modelo de existencia es el mismo Cristo y que el mundo no se salvará si no es por medio de Él. La Iglesia no busca privilegios ni plataformas de poder, como si fuera un partido político. Eso sí, reclama libertad para que los padres cristianos puedan educar a sus hijos de acuerdo con sus criterios de vida. Con ello los propios cristianos colaboran en el cambio y en la redención del mundo. Es tarea del Pueblo de Dios, que sigue a Cristo.

Mientras no lleguemos a tener libertad de enseñanza, no habrá verdadera libertad religiosa. Porque el auténtico cristiano no puede dejar de proyectar en el mundo sus convicciones, recibidas de Cristo.