Fecha: 16 de febrero de 2020

Con los Obispos que forman la Coordinadora de las Conferencias Episcopales para Tierra Santa, he viajado en enero al país de Jesús, que ahora comparten Israel y Palestina, y más concretamente he visitado Gaza, Ramala y Jerusalén, en representación del Presidente de la Conferencia Episcopal. Vamos a rezar como peregrinos, a compartir con los cristianos y a buscar comprender y dar a conocer las esperanzas y las angustias de nuestros hermanos, que allí son una minoría en medio de las grandes mayorías de judíos y de musulmanes. Al final de la visita siempre se emite un Mensaje que queremos divulgar.

Los Obispos hemos conocido y escuchado a la gente de la Tierra Santa, siempre resistentes y con fe perseverante en medio de una situación que sigue empeorando. Los Obispos de aquellas Iglesias, en un reciente e importante mensaje, lamentaban el fracaso de la comunidad internacional para ayudar a conseguir la justicia y la paz en el lugar del nacimiento de Cristo. Los gobiernos occidentales deben hacer más para cumplir con sus responsabilidades de defender el derecho internacional y proteger la dignidad humana. En algunos casos se han convertido en cómplices activos de los males del conflicto y de la ocupación. Y advertían que las personas se enfrentan a una mayor «evaporación de la esperanza de una solución duradera». Hemos sido testigos de primera mano de esta realidad, particularmente de cómo la construcción de asentamientos que no cesa y el muro de separación están destruyendo cualquier posibilidad de existencia en paz de dos Estados. Las condiciones de vida son cada vez más insoportables. Esto es dolorosamente claro en Cisjordania, donde vemos transgredidos incluso los derechos más básicos, incluida la libertad de movimiento. La visita a Gaza desanima. Allí las decisiones políticas de ambos lados han dado como resultado la creación de una prisión al aire libre, los abusos contra los derechos humanos y una profunda crisis humanitaria. Todo está centrado en la supervivencia diaria y se reducen las aspiraciones a lo más esencial, como es la electricidad y el agua potable. En estas circunstancias nos conmueve el sacrificio y el servicio de muchos cristianos que se acercan con respeto para construir un futuro mejor para todos. Ofrecen servicios vitales, especialmente educación, oportunidades laborales y atención a las personas más vulnerables. Y damos gracias por su testimonio.

Los cristianos no podemos ignorar lo que pasa, y debemos rezar y apoyar esta misión. El crecimiento de las peregrinaciones a Tierra Santa es alentador pero conviene que se aseguren encuentros con las comunidades cristianas locales. Al mismo tiempo imploramos a nuestros gobiernos que ayuden a construir una nueva solución política, arraigada en la dignidad humana para todos. Si bien esto debe ser determinado con diálogo entre los pueblos que viven en la Tierra Santa, es urgente que nuestros países tengan un papel: insistiendo en la aplicación del derecho internacional; considerando el reconocimiento del Estado de Palestina, como ha hecho la Santa Sede; atendiendo las preocupaciones de Israel y de todos a vivir con seguridad; rechazando dar apoyo político o económico a los asentamientos; y oponiéndose decididamente a cualquier acto de violencia o de abuso contra los derechos humanos. ¡Valoremos la lucha no violenta por la justicia, la paz y los derechos humanos, y no dejamos de orar con esperanza por la paz de Jerusalén y la Tierra Santa!