Fecha: 2 de mayo de 2021

El domingo pasado celebramos la Jornada Mundial de Oración por las vocaciones, y tuve el gozo de ordenar tres nuevos diáconos al servicio de la diócesis, formados en nuestro seminario diocesano.

Esto me ha traído a la memoria una conversación reciente. Hace poco estuve administrando el sacramento de la confirmación en una parroquia de nuestra diócesis y el padre de uno de los recién confirmados me acompañó a casa después de la celebración. En el camino me explicó que tiene tres hijos y que cada día reza con su esposa pidiendo al Señor que llame al menos a uno de ellos por el camino del sacerdocio. Yo le respondí que hacía muy bien, que una vocación sacerdotal en una familia es un don de Dios.

También recordamos en la conversación algunos principios generales: que la vocación es iniciativa de Dios, que toda persona que llega a este mundo tiene una vocación, la suya; que cada uno debe descubrir la propia vocación y seguirla, porque no se trata de llenar los seminarios y noviciados, sino de ayudar a cada persona a descubrir su propio camino; que propiamente no hay crisis de vocación, porque Dios sigue llamando, sino un problema de sordera, de dificultad de percibir  la llamada, ya sea por los ruidos exteriores o por la dispersión interior; y que hay que ayudar y acompañar a los niños y jóvenes a madurar en la vida cristiana.

Pero lo que me quedó más grabado fue la ilusión de unos padres por tener un hijo sacerdote y rezar para que el Señor les conceda esa gracia. No tengo duda alguna de que la principal actividad de la pastoral vocacional de la Iglesia es la oración, por la que reconocemos que las vocaciones son don de Dios y como tal se lo pedimos. Cuando el Papa San Pablo VI instituyó la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, subrayó que la Iglesia no es la fuente de las vocaciones, sino que su tarea fundamental es orar por las vocaciones, como don de Dios que son. Es preciso alentar a los fieles a tener la humildad, la confianza, la valentía de rezar con insistencia por las vocaciones, de llamar al corazón de Dios para que nos dé sacerdotes que puedan servir nuestras comunidades.

La pastoral vocacional es un elemento unificador de la pastoral en general porque ayuda a descubrir la llamada de Dios y a dar una respuesta, para encontrar su lugar en la Iglesia y en el mundo. En consecuencia, debe estar en relación con las demás dimensiones de la pastoral. Por eso es necesaria una fecunda colaboración con el ámbito juvenil y con las familias, de tal manera que los padres sean los primeros educadores vocacionales. Es necesario implicar a todas las realidades de la diócesis: parroquias, comunidades, delegaciones, grupos, movimientos y todos los miembros de la comunidad diocesana.

Para llevar a cabo todo este difícil y apasionante trabajo es imprescindible la asistencia de sacerdotes que acompañen personalmente y en grupos vocacionales a los niños y jóvenes que muestren brotes de vocación. También hay que trabajar a fondo el sentido de pertenencia a la Iglesia y el amor a la Iglesia. No pueden surgir vocaciones allí donde no se vive un espíritu auténticamente eclesial. De esta forma, hay que integrar a los jóvenes en la parroquia, en los movimientos y en la vida de la diócesis, y promover actividades de apostolado juvenil y asociaciones de jóvenes.

El Papa Francisco en su mensaje  en esta Jornada nos recordaba y ponía como ejemplo la figura de San José, y sugería tres palabras claves para la vocación: sueño, servicio y fidelidad. Exhorta a hacer de Dios el sueño de nuestras vidas, para servirlo en los hermanos que nos han sido confiados, mediante una fidelidad que es ya en sí misma un testimonio, en una época marcada por opciones pasajeras y emociones que se desvanecen sin dejar  recuerdo. Que San José, custodio de las vocaciones, nos acompañe una vez más con corazón de padre.