Las Delegaciones diocesanas de Liturgia de las Diócesis de la Conferencia Episcopal Tarraconense han traducido un Subsidio litúrgico de la Conferencia Episcopal Italiana que puede ajuyar a orar en estos momentos de epidèmia.

Este es el Subsidio:

CELEBRAR Y ORAR EN TIEMPO DE EPIDEMIA

Esquema realizado a partir del subsidio de la Comisión Nacional de Liturgia

(de la Conferencia Episcopal Italiana)

SEMANA SANTA

INTRODUCCIÓN

La Semana Santa de los cristianos nos conduce, a través de la puerta del Domingo de Ramos, al corazón del Misterio pascual celebrado en el Triduo de la pasión, la muerte y la resurrección del Señor. Para entrar en este misterio, cada año la Iglesia ofrece espacios amplios y tiempos dilatados, palabras preciosas y gestos intensos para el encuentro comunitario con el Señor. En el cuerpo de la Iglesia, que asume el rostro concreto de la comunidad, la Pascua inscribe en el creyente un sello de pertenencia, un pacto de alianza.

¿Cómo vivir todo esto en el tiempo de pandemia, que nos obliga a permanecer encerrados en nuestras casas? La propuesta de la Iglesia es la de no renunciar a vivir la Pascua, orando e incluso celebrando, no sólo a través de las diferentes formas posibles de comunión espiritual en las celebraciones que se realizarán este año sin participación de pueblo. La invitación es hacer de nuestra casa un espacio de oración y de celebración.

El subsidio que ha elaborado la Comisión Nacional de Liturgia de la Conferencia Episcopal Italiana, que hemos traducido y adaptado, y que ponemos a vuestra disposición, ofrece a las familias, y a cada uno personalmente, un esquema de celebración de la Semana Santa en casa, en comunión con las celebraciones del Misterio Pascual que se realizarán en las iglesias catedrales y parroquiales, sin participación del pueblo.

Los elementos de esta propuesta no son otros que las palabras y los gestos de la liturgia, convencidos de que ‒adecuadamente adaptados a la condición doméstica y a la capacidad de acogida de los más pequeños‒, pueden continuar hablando y actuando. Las palabras son las de la Palabra de Dios ‒sobre todo los Evangelios y los Salmos‒ y las de la liturgia, rica de un tesoro de oración que hay que conocer y meditar. Los gestos recuperan en casa los grandes signos de la liturgia: una rama de olivo o el esqueje de una planta de primavera, para entrar en la Semana Santa; Cristo crucificado, puesto cerca, ante los ojos, en el lugar que se escoja para este rato de oración; un cirio que se enciende y se vuelve a encender, con intensidad especial en la noche de la Vigilia Pascual; las Escrituras, abiertas para que hablen; el icono de María, Madre de la Iglesia en oración; el agua que recuerda el Bautismo; el pan de cada día y el vino de la fiesta, en el recuerdo y en la nostalgia de la Eucaristía. La Iglesia doméstica encuentra de nuevo los fundamentos de la fe celebrada en Iglesia, de la bendición que sube a Dios, de un pueblo sacerdotal y de un ministerio parental.

El subsidio (que os iremos haciendo llegar) presenta un esquema de oración para cada momento de la Semana Santa ‒el Domingo de Ramos, la tarde del Jueves Santo, el Viernes de Pasión, la Vigilia Pascual, el Domingo de la gran fiesta. Puede parecer exigente, o tal vez es mucho más cercano a nosotros de lo que pensamos. La tarea de adaptar el «vestido» de la liturgia y de la oración de la Iglesia a la «medida» de cada familia es un reto que nos recuerda que es posible transformar una situación de dificultad y de incertidumbre en una oportunidad de crecimiento.

DOMINGO DE RAMOS
O DE LA PASIÓN DEL SEÑOR

5 de abril de 2020

La familia se reúne en un lugar de la casa, dedicado a la oración familiar. Se ha colocado una imagen de Cristo crucificado, un cirio que se encenderá antes de la proclamación del Evangelio y un jarrón con algunas ramas de olivo, de palma o de otras plantas verdes que se pondrá sobre la mesa después de la introducción a la oración.

La oración puede ser dirigida por el padre (M) o la madre (P).

(M) En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

(T) Amén.

(M)  Hosanna al Hijo de David.

Bendito el que viene en nombre del Señor.

(T)  A él la gloria y el honor por los siglos de los siglos.

(M)  Hoy, la comunidad cristiana recuerda la entrada de Jesús en Jerusalén. Nos habríamos encontrado todos juntos, en nuestra iglesia, con nuestra comunidad, para vivir el signo de la procesión con las palmas y las ramas de olivo bendecidas, imitando la multitud de aquella ciudad que acogió a Jesús y lo aclamó como Rey y Señor. Y luego habríamos participado en la celebración de la Eucaristía.

Este año no es posible vivirlo todos juntos, pero también hoy, en casa, queremos aclamar a Cristo. Queremos acoger al Señor Jesús en nuestra casa y encomendarle la oración por nosotros, por las personas que queremos y por toda la humanidad. Pedimos seguirlo hasta la Cruz y en la Resurrección. Que su pasión cambie nuestro corazón y haga que nuestra vida se llene de frutos de buenas obras.

Un miembro de la familia coloca sobre la mesa el jarrón con las ramas de olivo, de palma o de otras plantas verdes. Quien guía la celebración dice la oración siguiente:

(M)  Dios todopoderoso y eterno,
con una rama de olivo
anunciaste a Noé y a sus hijos
tu misericordia y la alianza con toda criatura,
y con ramas de árboles
quisiste que tu Hijo Jesús
fuera aclamado como el Mesías,
Rey de paz, humilde y manso,
que vino para realizar la alianza definitiva:
mira a esta familia tuya
que desea acoger con fe
a nuestro Salvador
y concédele de poder seguirlo hasta la cruz
para poder participar en su resurrección.
Él que vive y reina por los siglos de los siglos.

(T)  Amén.

(M)  Rezamos juntos con el Salmo 46 (45).

El salmo se puede rezar alternando dos lectores; o bien alternando un lector y todos; o bien confiando a un lector las estrofas, mientas que el resto puede repetir la respuesta.

(R)  Gloria y alabanza a ti, oh Cristo salvador.

Pueblos todos, batid palmas,

aclamad a Dios con gritos de júbilo;

porque el Señor altísimo es terrible,

emperador de toda la tierra.

 

Él nos somete los pueblos

y nos sojuzga las naciones;

él nos escogió por heredad suya:

gloria de Jacob, su amado.

 

Dios asciende entre aclamaciones;

el Señor, al son de trompetas:

tocad para Dios, tocad,

tocad para nuestro Rey, tocad.

 

Porque Dios es el rey del mundo:

tocad con maestría.

Dios reina sobre las naciones,

Dios se sienta en su trono sagrado.

 

Los príncipes de los gentiles se reúnen

con el pueblo del Dios de Abrahán;

porque de Dios son los grandes de la tierra,

y él es excelso.

 

Ahora, uno de los hijos puede encender el cirio; acto seguido, el padre o la madre proclama el Evangelio.

 

TU PALABRA, LUZ PARA NUESTROS PASOS

Del Evangelio según san Mateo (Mt 21,1-11)

Cuando se acercaban a Jerusalén y llegaron a Betfagé, en el monte de los Olivos, Jesús envió a dos discípulos diciéndoles: «Id a la aldea de enfrente, encontraréis enseguida una borrica atada con su pollino, los desatáis y me los traéis. Si alguien os dice algo, contestadle que el Señor los necesita y los devolverá pronto».

Esto ocurrió para que se cumpliese lo dicho por medio del profeta: «Decid a la hija de Sion: “Mira a tu rey, que viene a ti, humilde, montado en una borrica, en un pollino, hijo de un animal de carga”».

Fueron los discípulos e hicieron lo que les había mandado Jesús: trajeron la borrica y el pollino, echaron encima sus mantos, y Jesús se montó. La multitud alfombró el camino con sus mantos; algunos cortaban ramas de árboles y alfombraban la calzada. Y la gente que iba delante y detrás gritaba: «¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!». Al entrar en Jerusalén, toda la ciudad se sobresaltó preguntando: «¿Quién es este?». La multitud contestaba: «Es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea».

Palabra del Señor.

(T) Gloria a ti, Señor Jesús.

Para meditar el pasaje evangélico de este domingo, puede utilizarse el comentario del anexo.

Después de unos momentos de silencio, proclamamos juntos la fe de la Iglesia, diciendo:

Creo en Dios, Padre todopoderoso,

creador del cielo y de la tierra.

Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor,

que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo,

nació de santa María Virgen,

padeció bajo el poder de Poncio Pilatos,

fue crucificado, muerto y sepultado,

descendió a los infiernos,

al tercer día resucitó de entre los muertos,

subió a los cielos,

y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso.

Desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos.

Creo en el Espíritu Santo,

la santa Iglesia católica,

la comunión de los Santos,

el perdón de los pecados,

la resurrección de la carne

y la vida eterna. Amén.

A TI ELEVAMOS NUESTRA ORACIÓN

Mirando el Crucifijo colocado sobre la mesa, se alaba a Cristo, que murió por nuestra salvación.

(M)  Miramos a aquel que fue traspasado por nosotros.

(T)  ¡Gloria y alabanza a ti, Señor Jesús!

(M)  Señor, tú nos precedes cada día,

y nosotros seguimos tus pasos.

Sea cual sea el camino, es maravilloso caminar contigo.

(T)  ¡Gloria y alabanza a ti, Señor Jesús!

(M)  Señor, nuestros ojos buscan tu rostro,

que nos seduce por su belleza infinita y misteriosa.

Sea cual sea la forma en que te revelas, es maravilloso contemplarte.

(T)  ¡Gloria y alabanza a ti, Señor Jesús!

(M)  Señor, nuestros labios balbucean tu Nombre,

tú inspiras sus palabras y sus sonidos.

Sea cual sea la lengua que te canta, es maravilloso rezarte y alabarte.

(T)  ¡Gloria y alabanza a ti, Señor Jesús!

(M)  Señor, nuestra mano se extiende ante ti,

solo somos mendigos de amor.

Sea cual sea el don que nos haces, es maravilloso recibirlo de ti.

(T)  ¡Gloria y alabanza a ti, Señor Jesús!

(M)  Señor, nuestro corazón te busca y te anhela:

solo queremos estar contigo.

Sea cual sea el lugar donde estás, es maravilloso encontrarte y estar junto a ti.

(T)  ¡Gloria y alabanza a ti, Señor Jesús!

(M)  Dios todopoderoso y eterno,
que has dado a los hombres como modelo
a Cristo, tu Hijo, nuestro Salvador,
hecho hombre y humillado hasta la muerte en cruz,
haz que tengamos siempre presente
el gran ejemplo de su pasión,
para participar en la gloria de la resurrección.
Él que es Dios y vive y reina contigo,
en la unidad del Espíritu Santo,
por los siglos de los siglos.

(T)  Amén.

(M)  Ahora, con los mismos sentimientos de Jesucristo, llevemos en el corazón los sufrimientos y las aspiraciones de todos los hombres y las mujeres, y unidos a él digamos juntos:

(T)  Padre nuestro…

INVOCAMOS LA BENDICIÓN DEL PADRE

(M)  Padre, dirige tu mirada

sobre nuestra familia y sobre toda la humanidad:

Jesucristo, nuestro Señor,

que no dudó en entregarse en manos de los malhechores

y a sufrir el suplicio de la cruz,

nos acompañe con su misericordia

y abra nuestro corazón a la esperanza.

(T)  Amén.

Cada uno traza sobre sí el signo de la cruz, mientras el padre (o la madre) continúa.

(M)  En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

(T)  Amén.

ANEXO

Para meditar

Con la celebración del Domingo de Ramos o de la Pasión del Señor, el camino cuaresmal nos introduce en esta Semana. Estos días son llamados santos y a través de ellos todos los días son santificados. Son los días en que se realiza el gran misterio de la Salvación: la persona pecadora se une a la vida de Cristo, el Santo, y es redimida por él. El ser humano es santificado por Jesucristo y su obediencia al Padre hasta la muerte de cruz. La vida del Hijo ofrecida en sacrificio nos conduce de nuevo a nuestra dignidad de hijos del Padre.

Para participar en el gozo de la Semana Santa hemos de vivir, cada año, con toda su plenitud, los misterios de estos días que tienen su culminación en el Triduo de Cristo crucificado, muerto, sepultado y resucitado, corazón de todo el año litúrgico.

Con el papa san Pablo VI podremos repetir: «(…) El misterio pascual, que tiene en la Semana Santa su celebración más alta y conmovedora, no es simplemente un momento más del año litúrgico; sino que es la fuente de todas las demás celebraciones del año litúrgico, porque todas se refieren al misterio de nuestra redención, es decir, al misterio pascual».

En el fragmento del Evangelio hemos escuchado el relato de la entrada de Jesús en la ciudad de Jerusalén, según la narración evangélica de Mateo, el evangelista que nos acompaña durante este año litúrgico. La procesión con las palmas y las ramas de olivo bendecidas, que hoy no hemos podido hacer, nos hace vivir el recuerdo, cada año, de la acogida festiva de Jesús por la gente de aquella ciudad que lo aclamaron como el Cristo, Rey y Señor.

La antífona de introducción, que inicia la Misa de hoy cuando no se hace procesión, dice: «Seis días antes de la solemnidad de la Pascua, cuando Jesús iba a la ciudad de Jerusalén, salieron a su encuentro los niños: en las manos tomaron ramos y aclamaban gritando: Hosanna en las alturas. Bendito tú que viniste con abundante misericordia».

Este mismo canto resuena hoy en nuestros labios, y nuestro corazón se quiere abrir para poder acoger entre nosotros, en nuestra casa, a Jesús, el Rey de la gloria, nuestro Salvador, pidiendo la gracia de acompañarlo no sólo en este momento, sino seguirlo hasta la Cruz, para poder participar en su Resurrección. Por ello, este domingo, tras recordar festivamente aquella entrada a la ciudad Santa, la liturgia da paso al relato de la pasión del Señor. Lo que la Iglesia proclama hoy no es sólo la crónica de los acontecimientos que sucedieron. La pasión de Cristo es el camino que el Padre ha trazado para el Hijo, prefigurada por el sacrificio del siervo sufriente que se recuerda en la primera lectura de la Misa (Isaías 50,4-7). En la segunda lectura, sin embargo, el maravilloso himno dedicado a Cristo, que encontramos en la carta a los Filipenses (2,6-11), revela el secreto de nuestra salvación: el gran misterio del amor de aquel que, aun siendo Dios, se vacía de sí mismo, se hace nuestro servidor, obediente al Padre hasta la muerte y muerte de cruz, y haciendo suya la pasión y la cruz de toda la humanidad que sufre.

San Agustín, retomando la imagen evangélica del grano de trigo, decía: «Si el grano de trigo no hubiera caído en la tierra, no habría dado fruto, se habría quedado solo. Cristo, en cambio, ha caído a tierra en la pasión, y ha dado fruto en la resurrección».

Le queremos confiar, sobre todo, este momento de prueba y de sufrimiento de nuestro país y de toda la humanidad. Le pedimos que dé su misma fuerza al personal médico y de enfermería, a todo el personal sanitario que está tratando a tantas personas enfermas. Le pedimos que dé fuerza a los enfermos y a sus familias.

Nuestra oración sube al Padre de nuestra familia, uniéndose a la oración de toda la gran familia que forma la Iglesia y de la que somos miembros, para que, por la pasión de Cristo, el corazón de cada uno se dirija al Padre que lo ha creado y redimido, la vida de todos sea rica en frutos de obras buenas y brille en nosotros la belleza de la filiación divina y de nuestra fraternidad.