Fecha: 4 de abril de 2021

Para muchos la salida práctica de la crisis representaría un signo de la Resurrección que celebramos en Pascua. Como la primavera significa la resurrección de la naturaleza; como en algunas religiones naturales el sol o la luz acaba venciendo a la noche y las tinieblas en una lucha cíclica y constante; o como algún partido aprovecha el Domingo de Pascua para celebrar “su día”, el día en que se reafirma su proyecto político vencedor…

El sentido cristiano de la Pascua da la bienvenida a todos los proyectos humanos que “humanizan” la existencia. Todos esos proyectos ven que algo ha de morir para dar paso a algo que resucitará. Quienes los defienden y realizan son quienes determinan qué es una cosa y otra, según la propia ideología. Es la fuerza que tiene la humanidad para superar una crisis, crear una utopía, luchar, renacer, en el ámbito personal es la capacidad de la llamada “resiliencia”. Aunque siempre quedará por responder la gran pregunta: ¿hacia dónde cambiar?; ¿qué proyecto, qué situación, me hará más plenamente humano?…

El sentido cristiano de la Pascua también despierta el sueño de que el mundo cambie en todo sentido. Pero es mucho más radical, total y auténtico. Entre otras razones porque parte de la profundidad y seriedad de la muerte se apoya en un hecho concreto. Su punto de partida es lo más contradictorio, la muerte absolutamente injusta del justo, la muerte del que más había amado, del que creemos paradigma de la humanidad. Por eso el cristiano responde seguro a esta pregunta: ¿Qué, quién, resucita realmente?

NikolásVelimirovik, en su biografía de San Sava, narra que el santo, sintiendo cercana la muerte, se despidió de su hijo Simeón, según una vieja costumbre de la Iglesia de Oriente: cuando una persona está a punto de morir, su familia, sus amigos y vecinos vienen a verle para vivir un mutuo perdón. Ellos le dicen: “Perdóname, querido…”.  El moribundo responde: “Yo te perdono. Que Dios te perdone también, y tú, perdóname a mi”; “Bendíceme y seas tú bendecido por Dios”; “Que Dios te bendiga y yo también te bendigo”; “Ruega por mi”, “Tú también ora por mi…”

Esto es una verdadera celebración de la Pascua: San Sava afronta la muerte como ya resucitado. En el momento más oscuro de la muerte inminente, revive aquello auténticamente humano: el amor, que perdona y bendice. Una resurrección que no sería posible si Jesucristo no hubiera resucitado. Quien resucita es Él, y con Él resucita el amor.

Entonces el amor es posible hoy, aunque las vicisitudes de la vida, tales como la perspectiva del fracaso, de la muerte, la soledad, el desamor, la ofensa o la injusticia hagan muy difícil seguir amando.

Y si ese amor sigue vivo, brotan de él el perdón y la bendición, la reconciliación y la vida, la fraternidad y la fecundidad, dos dimensiones esenciales del amor cristiano. Ya no resultará extraño que el primer don que el Resucitado entrega a sus discípulos sea la capacidad de perdonar (cf. Jn 20,22-23). Va con el gran saludo de la paz y con soplo creador de vida. Y allí comienza el mundo nuevo, la humanidad resucitada.