Fecha: 2 de mayo de 2021

Una de las realidades humanas, que más urgentemente han de resucitar en Pascua es la fraternidad.

La razón de esta urgencia es, sencillamente, que la fraternidad está muerta. Está muerta en sus grados más ínfimos, es decir, en lo más elemental de la vida, en el terreno social, en lo político, en lo cultural, donde se detecta la falta de unidad de acción, de idea, de proyecto. A nadie se le oculta que uno de los problemas más acuciantes hoy es la atomización de grupos, de trabajos, de iniciativas: cada uno se refugia en sus amigos afines y los conjuntos resultantes tratan de vencer en una especie de lucha competitiva, para ser más influyentes y eficaces…

Eso pasa, de una manera evidente, en la sociedad civil. Pero también –reconozcámoslo– en la misma Iglesia, lo que es mucho más grave. Porque la fraternidad forma parte de la definición de la Iglesia, es parte de su “definición”. Más aun, la idea de fraternidad se queda corta a la hora de aplicarla a la Iglesia: la Iglesia es “comunión” de hermanos y su modelo y su fuente está, como sabemos, en la comunión que existe en la Trinidad, entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Eso quiere decir que la carencia de fraternidad – comunión en la Iglesia es una auténtica traición a sí misma.

¿Qué fraternidad resucita en la Pascua?

Recordemos que Jesús utilizó la parábola de la vid, para subrayar la unidad que cada uno de nosotros ha de mantener con Él, para dar fruto. Pero con esta parábola nos da a entender cómo entiende Él que ha de ser la unidad entre nosotros mismos. Si un sarmiento mira a otro sarmiento, le parecerá distinto e incluso, quizá, extraño y hasta sentirá envidia, le podrá ver como enemigo en la competencia por dar más fruto, ser más atractivo, triunfar a la vista del labrador y del resto de la vid. Es así como se desenvuelve nuestra convivencia. Entonces vamos y le decimos al sarmiento: tienes que respetar al otro, mírale con buenos ojos, sé solidario, ten sentimientos positivos y buenos, serás más feliz…

La experiencia nos dice que por esta vía obtenemos un éxito muy relativo. Jesús nos diría otra cosa mucho más profunda. No sabemos si más eficaz, pero sí mucho más duradera y auténtica. Nos diría: “Encuentra a tu hermano mediante la “conexión” que tienes con la cepa, el tronco, que lleva y transmite la savia, es decir, conmigo. Verás que tu hermano también está unido a mí, por él pasa la misma savia, que a ti da vida: yo no le excluyo, como no te excluyo a ti; él vive gracias al mismo amor que a ti te hace vivir. Él, como tú, tiene la forma de “un don” recibido, como tú tienes otra forma “de don”, de acuerdo con el cual da sus frutos…”

Así entendemos que la fraternidad – comunión que une a los cristianos en una sola Iglesia se basa en la gratuidad del amor recibido de Cristo. Entendemos que el desprecio, el enfrentamiento, las envidias, la cerrazón de unos frente a otros, provienen en el fondo de “la lógica del mérito”, de la apropiación, individual o colectiva, de los valores y del trabajo.

San Pablo, ante las divisiones y la competitividad que existía en la comunidad de Corinto formulaba la gran pregunta: ¿qué tienes que no hayas recibido? (1Co 4,7). No todos lo entenderán y vivirán, pero la fraternidad así construida será fermento de una fraternidad social.