Fecha: 27 de septiembre de 2020

Estamos empezando un nuevo curso pastoral ciertamente lleno de incertidumbres, debido a la pandemia, pero que es tiempo de Dios y tiempo de gracia. Por eso os pido que todos ponemos nuestra esperanza nuevamente en la acción poderosa de Dios, siempre callada y misteriosa, pero siempre eficaz. Es en el Señor que confiamos a la hora de recomenzar la vida pastoral de la Diócesis: el culto debemos mantener al máximo, y los sacramentos de salvación para las personas; la acogida de la gente que sufre; la catequesis y el esparcimiento, adaptados a la nueva situación; la caridad fraterna con Cáritas y Manos Unidas, y otros grupos; debemos incrementar la solidaridad en la medida que podamos; fallarán algunos voluntarios, tal vez, y tendremos que buscar en edades menos vulnerables; las reuniones habrá adaptarlas entre presenciales -siempre cumpliendo el número máximo permitido-, pero también telemáticas, para llegar a más gente; lo que vale también para las actividades formativas parroquiales, arciprestales y diocesanas; no dejamos la dedicación a los enfermos, imaginando nuevas formas de acercarlos los sacramentos; ayudamos en el cuidado de la vida espiritual; y sobre todo fomentamos la vivencia del domingo; no dejamos de participar en la Eucaristía dominical, y de vivir con la comunidad y el templo parroquial, y sólo cuando no se pueda, a través de los medios de comunicación.

«Salió el sembrador a sembrar…» (Mt 13,3ss). Nuevamente debemos «salir a sembrar» como nos pide la parábola, confiando en el Señor que todo lo puede, y orando por el trabajo pastoral de este nuevo curso, para que sea realizado según el estilo del Buen Pastor. Y lo hacemos desde la esperanza confiada que las semillas que sembraremos, Dios las hará germinar cómo y cuándo Él quiera, y en los que Él querrá y las acogerán… Nosotros «somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer» (Lc 17,10). Abandonemos la parálisis que el virus fomenta y los prejuicios sobre las personas, o las fuerzas que tenemos, o las graves dificultades de nuestro tiempo y el desinterés del ambiente. No nos dejemos vencer por el fatalismo del «todo es muy difícil» o el «no hay nada que hacer». Hay que salir de nosotros mismos, ir con Jesús a encontrar a la gente. Los tiempos reclaman una audacia nueva en la tarea evangelizadora. Sabemos que todos lo necesitan y que nuestra semilla es muy buena, es Cristo mismo. Él es la respuesta. Dejemos que el Espíritu Santo nos sorprenda y mueva los corazones de los que tal vez nos parecen irreductibles y cerrados. No demos nada ni nadie por perdido, por inútil, en orden a anunciar el Evangelio. S. Pablo recomienda «insiste a tiempo y a destiempo, arguye, reprocha, exhorta, con toda magnanimidad y doctrina» (2Tm 4,2).

Necesitaremos creer en la fuerza eficaz de la oración. Ciertamente que somos pobres y débiles, y siempre necesitamos la ayuda de Dios. Él nos librará de la sed de éxito inmediato y visible, nos salvará de los miedos que paralizan, del orgullo que nos encierra, de las envidias, rivalidades y críticas que todo lo hacen estéril. ¡Amémonos y amemos a todos! Busquemos lo que nos une, lo que hay de positivo en cada persona, su deseo de felicidad y de salvación… Los «signos de los tiempos» nos animan a dar un salto cualitativo en la dedicación evangelizadora en nuestra Diócesis. Hay muchos que esperan que les anunciemos Jesucristo, que valoran la Iglesia y la dedicación de los sacerdotes, y que esperan que les ofrezcamos un ambiente sano para su familia y sus hijos, que los reconozcamos como amigos y hermanos, que les abramos las puertas y la solidaridad real, con una acogida cordial, humilde y paciente… ¡Seamos testigos de la Vida nueva del Resucitado!