Fecha: 13 de junio de 2021

Una vez acabado el tiempo pascual, celebra­mos tres solemnidades que son una invita­ción a la adoración, a la alabanza y a la grati­tud al Señor: la fiesta de la Santísima Trinidad, que nos mueve a reconocer la inmensa gloria de Dios; el Corpus Christi, que nos llama a adorar a Cristo Resucitado presente entre nosotros en el Sacra­mento del Altar; y el Sagrado Corazón de Jesús, que nos lleva a la gratitud por el amor inmenso de Dios revelado en la humanidad del Salvador. La de­voción al Corazón de Jesús ha sido una fuente in­mensa de gracia para la Iglesia durante genera­ciones, ya que gracias a ella muchos bautizados se han acercado a los sacramentos y han progre­sado en la santidad.

El texto evangélico que se ha proclamado este año en la solemnidad del Sagrado Corazón es el episodio de la lanzada que nos narra el evange­lista san Juan: cuando el Señor ya ha expirado, uno de los soldados, en un gesto de ensañamien­to, le traspasa el costado derecho con una lanza y, de un modo misterioso, el costado abierto se convierte en una fuente de la que mana sangre y agua. Este hecho permite entender, a aquellos que miren al Crucificado con ojos de fe y de amor, el sig­nificado profundo de lo que ha sucedido en el Gól­gota: Dios ha respondido a este acto de crueldad y, en definitiva, al pecado del mundo, revelando de nuevo su voluntad de salvación. A pesar de las apariencias, el misterio de la Cruz no es un aconte­cimiento de muerte, sino fuente de vida. En la san­gre y el agua que brotan del costado traspasado se revela el sentido profundo de toda la existencia de Cristo, que ha llegado a su plenitud en el mo­mento de su muerte, y se nos muestran las gra­cias que brotan de la Cruz, que se derraman sobre toda la humanidad.

En el evangelio de Juan el agua simboliza el Es­píritu Santo. Las palabras de Jesús en el Templo durante una celebración de la Pascua («El que ten­ga sed, que venga y beba el que cree en mí; como dice la Escritura: “de sus entrañas manarán ríos de agua viva”») se referían al Espíritu Santo: «Dijo esto refiriéndose al Espíritu que habían de recibir los que creyesen en Él. Todavía no se había dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorifica ­do» (Jn 7,37­39). La sangre que sale del costado abierto es el signo material de que Jesús había muerto y que, por tanto, su misión ya se había cum­plido (Jn 19,30). El episodio de la lanzada contiene un mensaje teológico: por medio de la muerte de Cristo y gracias a ella, nosotros recibimos el don del Espíritu Santo y, con Él, todos los dones que nos vienen de la Cruz: el perdón de los pecados, la vida nueva de los hijos de Dios, la comunidad de los discípulos en la que nos insertamos por el bautismo, la Eucaristía que nos une al Señor… De este modo el amor de Cristo a los suyos ha llega­do a plenitud («sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habien­do amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» [Jn 13,1]).

El costado traspasado del Señor se convierte en icono de un amor tan ancho, tan largo, tan alto y tan profundo «que trasciende todo conocimiento» (Ef 3,18­19) y que solo se puede comprender des­de la fe y el amor a Él. El Corazón de Cristo ha des­pertado en muchos cristianos esta fe y este amor ayudando a la Iglesia a crecer en santidad, que es lo que de verdad la engrandece.