Fecha: 19 de febrero de 2023

Vamos encontrando, cada vez con más frecuencia, realidades “culturales”, enraizadas en la tradición de pueblos y ciudades, que tuvieron su origen y su sentido cuando la fe cristiana impregnaba toda la sociedad. Estas realidades culturales hoy se mantienen porque forman parte de la identidad del pueblo. ¿También se mantienen porque se viven los motivos originales, que les daban sentido?

Sin duda, en la gran mayoría de los casos, no. Como tantas realidades que jalonan nuestra vida social, se conservan a modo de rutina, aunque lejos del significado original. Así, dar los buenos días, encajar las manos, felicitarnos por Navidad, las fiestas patronales, etc. En muchos casos, para justificar su vigencia, se conservan estas tradiciones reinventando los motivos que las fundamentaban. Cuando se trata de tradiciones de origen religioso, estos motivos han de ser meramente culturales, sin ninguna referencia a lo trascendente.

Un modelo de este fenómeno es el Carnaval. Fiestas de liberación, desinhibición y desenfreno, han existido en casi todas las culturas desde tiempos remotos. Parece que responde a una necesidad del ser humano eso de sentirse libre, aunque sea por un tiempo, de las normas impuestas por el mismo ser humano.

Pero dicen que el Carnaval propiamente dicho hay que buscarlo antes del siglo XIII, como una fiesta con características propias: era una fiesta que nacía en contraste con el tiempo de la austeridad y la penitencia, es decir el tiempo de la Cuaresma. Su peculiaridad consistía en contraposición a un tiempo supuestamente de más estricto cumplimiento de las leyes, como si se pasara de la luz a la oscuridad o de la risa al llanto…

La razón de ser del Carnaval radicaba, por tanto, en ese contraste. Hoy ese contraste ha desaparecido, mientras que el Carnaval sigue vivo. Quizá no debamos entrar en ese juego dialéctico. Hemos de precisar:

       Hoy no existe ese contraste entre Carnaval y Cuaresma por la sencilla razón de que la Cuaresma apenas se vive.

       Hay aquí un grave equívoco. ¿Cómo es que el Carnaval se identifique con la libertad frente a la Cuaresma, que para los cristianos es precisamente un camino de liberación?

       Quizá no utilizamos el mismo concepto de libertad. Para nosotros el camino de libertad es el del Éxodo, que incluye la liberación de la esclavitud, el camino por el desierto y la alianza por amor.

Precisamente la gran tentación de los israelitas en el desierto era regresar a Egipto, donde tenían sensación de libertad, porque podían comer y beber, aunque realmente estaban sometidos a la esclavitud del Faraón. Diríamos que ellos pensaban que en Egipto podían celebrar el Carnaval, aunque realmente siguieran sometidos al poder tirano. Seguramente, como ha ocurrido tantas veces en regímenes autoritarios, el poder les ofrecería alguna fiesta para que estuvieran contentos y olvidaran la esclavitud real…

No es malo celebrar fiestas “en libertad”, como defendía Harvey Cox en su “Fiestas de locos. Ensayo teológico sobre la fiesta y la fantasía” (1970). Pero, si queremos que la vida misma nos lleve a la auténtica fiesta, tendremos que caminar, quizá por el desierto.