Fecha: 2 de abril de 2023

Hemos intentado seguir el camino de la Cuaresma como ruta de libertad.  

Es el momento de asistir a esta escena luminosa de la vida de Jesús, en la que Él se muestra absolutamente libre: su entrada triunfal en Jerusalén, aclamado por el pueblo como el Mesías salvador. 

Según hemos venido explicando, aquí Jesús ejerce la perfecta libertad que en lenguaje del Nuevo Testamento llamaríamos “parresía” y que vendría a ser la libertad buscada y vivida por los cristianos de la primera hora. 

Podemos repasar algunos signos y características de esa libertad, ya que todos estamos llamados a vivirla. 

       Jesús es quien dispone todo, según su propio deseo. Nadie le contradice. 

       Es libre, sobre todo, ante la amenaza de la fuerte oposición por parte de las autoridades civiles y religiosas, y de los partidos dominantes. 

       Manifiesta libertad, además, respecto de las maneras en que se muestra como Mesías salvador. Todos sabemos cómo debía aparecer el Mesías libertador de Israel, según los ilustrados en la tradición judía, es decir, haciendo alarde de poder, eficacia y señorío. Más o menos como un líder activista que defiende los derechos del pueblo. 

       Es libre también cuando no rechaza las aclamaciones del pueblo, que en su inocencia y entusiasmo le reconoce como Mesías, desobedeciendo la advertencia de los fariseos. 

Este modo de actuar nos recuerda la conducta de los primeros cristianos. Estaban llenos del Espíritu y llevaban a cabo la predicación y la evangelización con alegría, sin importarles amenazas, sufrimientos, fracasos… 

Estamos lejos de la reivindicación del derecho a la libertad de expresión y de manifestación. Es como si Jesús y sus discípulos vivieran otra dimensión, otro mundo. En efecto, se inauguraba el mundo nuevo, el Reino de Dios en la tierra. 

Es inevitable observar que esta libertad está lejos de nuestro lenguaje y nuestra conducta a la hora de evangelizar. Tenemos un deseo (legítimo por otra parte) de sintonizar con el mundo, a fin de que nuestro mensaje sea aceptado y no provoque rechazo. Según este deseo llegamos incluso a silenciar determinados contenidos de nuestra fe. No me refiero al lenguaje o al esfuerzo teológico y pastoral para comunicar la fe: todo es deseable si “el vestido ayuda a manifestar la realidad y no a ocultarla o a deformarla”. Aludimos aquí al silencio o disimulo de verdades mismas de nuestro Credo. En algunos esto suena a demagogia, debilidad o deseo oculto de éxito. 

Para Jesús y los primeros discípulos sería una falta de libertad, en el sentido de “parresía”, es decir, de esa libertad que se apoya en la confianza, la fidelidad, la firmeza, el desprendimiento, la alegría… y en la capacidad para el sufrimiento. Pues todos sabemos cómo fue la historia. Jesús o sus apóstoles no buscaron el enfrentamiento con el poder, pero éste se produjo y acabó venciendo. Sólo que aún quedaba la victoria final, es decir, la Resurrección, cuando la libertad sale definitivamente victoriosa. Esa es la última palabra, el punto final de nuestro camino.