Fecha: 4 de mayo de 2025
Estimados hermanos y hermanas:
Qué sería de nosotros sin un trabajo digno, que aboga por una economía de paz, poniendo el corazón de la persona en el centro?
Roma acoge, desde el pasado jueves hasta hoy, el Jubileo de los Trabajadores, al que están invitados, de manera especial, los trabajadores de todas las categorías (obreros, empleados, profesionales de diversos sectores, etc.), así como aquellos miembros de distintas asociaciones gremiales y sindicatos, junto con sus familiares. Tras la peregrinación a la Puerta Santa, la Reconciliación, un concierto a cargo de los tres principales sindicatos confederales italianos (CGIL, CISL y UIL), un encuentro con el mundo laboral de Roma y la Misa con el Santo Padre, los trabajadores presentes concluyen hoy su Jubileo.
Como Iglesia, hemos de proteger una Teología del Trabajo que cuide al mundo obrero, que sitúe a la moral cristiana por delante del derecho y que acabe con el yugo de la esclavitud que tanto daño hizo en otro tiempo.
En Laborem exercens, el papa san Juan Pablo II revela que el hombre, con su trabajo, «ha de procurarse el pan cotidiano, contribuir al continuo progreso de las ciencias y la técnica» y, sobre todo, «a la incesante elevación cultural y moral de la sociedad en la que vive en comunidad con sus hermanos». El hombre —exhorta— está llamado al trabajo, porque «es una de las características que distinguen al hombre del resto de las criaturas», cuya actividad, relacionada con el mantenimiento de la vida, no puede llamarse trabajo: «Solamente el hombre es capaz de trabajar, solamente él puede llevarlo a cabo, llenando a la vez con el trabajo su existencia sobre la tierra» (LE, 1).
Por eso mismo, es un deber moral y cristiano recordar los derechos de los trabajadores, denunciar situaciones que violan sus derechos humanos y contribuir a que se realicen (LE, 1.2-4). El trabajo, entonces, se convierte en el centro de «la cuestión social» (LE, 2.1), porque «el hombre es la imagen de Dios, entre otros motivos, por el mandato recibido de su Creador de someter y dominar la tierra» (LE 4.2).
Las diócesis rurales tenemos un papel esencial en pos de una ética social del trabajo; hemos de estar del lado de los trabajadores, acompañando sus contratiempos, su inestabilidad, sus malas condiciones… De esta manera, podremos forjar una espiritualidad del trabajo que ayude a todos los hombres a acercarse a través de él a Dios, Creador y Redentor, a participar en sus planes salvíficos y a profundizar en sus vidas la amistad con Cristo en su triple misión de Sacerdote, Profeta y Rey (cf. LE, 24).
Cristo es el trabajador incansable, y el trabajo es el camino más honesto para imitar a Dios.