Fecha: 11 de mayo de 2025
Estamos acostumbrados, cuando participamos en la Misa dominical, a rezar juntos el credo después de la homilía del celebrante. Se trata de un texto que hemos aprendido a medida que nos hemos ido incorporando a las celebraciones desde pequeños o bien en edad adulta. Un texto que quizás lo recitemos de forma rutinaria y no siempre nos detenemos a pensar a fondo lo que estamos diciendo como comunidad que profesa su fe.
Pues bien, este año se cumplen 1700 años de la elaboración de este texto. Fue en el concilio de Nicea, el primer concilio ecuménico en la historia de la Iglesia, en el año 325, cuando los padres conciliares tuvieron la necesidad de poner por escrito cuál es el núcleo, el centro de nuestra fe, especialmente cuando existían algunos teólogos que mantenían posiciones y doctrinas diferentes en referencia a quien es Jesucristo, si es Dios o es hombre, o si es a la vez ambas cosas. No era un tema menor, puesto que la Iglesia se jugaba su esencia teológica. Aquel concilio trató otros temas más organizativos y disciplinarios para ponerse de acuerdo en esa Iglesia naciente. Nicea inauguró una práctica en la Iglesia, ya que a ese concilio han seguido veinte más a lo largo de la historia, y cada uno de ellos ha sido un momento importante que ha ayudado a consolidar y proyectar la vida cristiana en cada momento de la historia.
Por este motivo, este aniversario es especial en la vida de la Iglesia. A lo largo de este año, en todo el mundo se han organizado simposios y también en nuestra Facultad de Teología, conferencias en centros y parroquias y celebraciones, como la que tendrá lugar este sábado en la Sagrada Familia, con una oración ecuménica para dar gracias a Dios por la celebración de este evento.
Pero volvamos a la profesión de fe que nos reúne a todos los cristianos. En el credo confesamos en primer lugar la esencia de Dios. Tal y como Jesucristo nos ha revelado, Dios es comunión de amor, es Trinidad, es la Santísima Trinidad. En él hay tres personas bien definidas y bien unidas: el Padre, creador, que da el amor; el Hijo, engendrado, no creado, que recibe el amor y da la vida por nosotros, haciéndose hombre y redimiéndonos del pecado; y el Espíritu Santo, igual al Padre y al Hijo, que es ese amor, dador de vida, y que habita en el corazón de cada bautizado.
Esta es la fe que nos une entre todos los cristianos, de confesiones diversas, pero unidos en la misma fe. Que Dios sea comunión de amor, comunión trinitaria significa que se manifiesta como lo que es, y hace que nosotros estemos llamados a la comunión personal y comunitaria con Él. Por eso profesamos también que creemos en la Iglesia, como expresión y signo de esta comunión con Dios. La Iglesia que profesamos que es una, como Jesucristo la quiso, santa por la presencia de Dios, católica, universal y presente en todas partes, y apostólica, ya que recibe el mandato del Señor a través de los apóstoles. En esta Iglesia, donde habita la presencia de Dios, nosotros hemos recibido el don de la fe, somos miembros y practicamos la caridad como discípulos y seguidores de Aquel que es amor y caridad infinita.
Cada domingo cuando celebramos el centro de nuestra fe en la Eucaristía, profesamos lo que creemos con el compromiso de ser dignos miembros de esta comunidad que es la Iglesia reunida por Cristo. Una comunidad variada y heterogénea, abierta y acogedora, con una misión evangelizadora, que busca vivir la caridad y el amor de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Demos gracias a Dios.