Fecha: 25 de mayo de 2025
Cada vez que comenzamos la celebración de la Misa, las primeras palabras que el obispo dirige a la comunidad son siempre las mismas: «La paz esté con vosotros». Y también, antes de comulgar, el celebrante repite las palabras de Jesús: «Mi paz os dejo, mi paz os doy». Estas palabras tienen una importancia especial y en este tiempo de Pascua esto se pone especialmente de manifiesto.
Fueron las palabras que Jesús dijo en su primera aparición a los apóstoles, acobardados aquel domingo después de resucitar. El Señor nos ha dejado realmente su paz y nos la da. Se trata de la paz que habita en nuestros corazones y nos ayuda a vivir la fe con esperanza y con capacidad de amar a los demás. Las palabras del obispo al iniciar una celebración son también estas, como sucesor de aquellos que recibieron ese saludo del Señor.
Pero, además, el evangelio que este domingo se lee en la Misa y que resuena en nuestros corazones, reflexiona precisamente sobre esa paz del Señor Resucitado. Afirma Jesús que no es como la paz que da el mundo, es mucho más que eso. La paz en el mundo es un deseo y un anhelo no siempre conseguido desgraciadamente, y por lo que debemos orar y poner todos los esfuerzos que estén a nuestro alcance. Porque cuando hablamos de paz ordinariamente hacemos referencia más bien a la ausencia de conflictos, o a la capacidad de iniciar un diálogo para llegar a un consenso satisfactorio que evite males mayores. Y esto es Bueno, pero la paz del Señor es otra cosa, va más allá.
Jesús relaciona la paz con la capacidad de amar. Para el evangelista San Juan creer, amar, obedecer su palabra, van íntimamente unidos. «El que me ama hará caso de lo que yo digo; mi Padre le amará y vendremos a vivir con él». Amar es, por tanto, guardar sus mandamientos, que resumidamente son amar a Dios y amar a los demás. El cristianismo se distingue también como una vida que trata sobre el amor a los enemigos y el perdón. La paz que Jesús nos da nos hace amar a todos, acoger a todos sin distinciones.
La paz también está relacionada con la presencia de Dios en nosotros. Serenarse nace de la conciencia que tenemos de Dios en nuestro interior, y que esta presencia nos da firmeza y fortaleza, es como una seguridad interior que nos hace confiar. La serenidad interior nace de esa presencia. Como un niño en el regazo de su madre se siente seguro y tranquilo.
Aserenarse y no amedrentarse, dice también Jesús. Quiere decir valentía para dar la cara, para transmitir lo que se cree y lo que se ha recibido de las enseñanzas de Jesús a través de la Iglesia. Esto va más allá de los sentimientos o de inconsistencias pasajeras. Y supone estar anclados en una roca firme que nos hace compartir con los demás lo que creemos, lo que esperamos, lo que amamos, aunque no siempre sea lo más popular.
En definitiva, en estos días, en las celebraciones, leyendo el evangelio, Jesús promete la venida del Espíritu Santo que nos ayuda a vivir como cristianos en medio del mundo con esa capacidad de generar paz, de transmitir paz, de contagiar paz. ¡Pidamos la paz verdadera, fruto de la Pascua del Señor resucitado!