Fecha: 15 de junio de 2025
Este domingo de 15 junio celebramos la Jornada Pro Orantibus, bajo el lema Orar con fe, vivir con esperanza. Quiero ofrecer estas líneas para evocar la vida y el testimonio de la hermana Regina Goberna, que supo fundir la oración, la comunidad y el trabajo manual en una misma ofrenda de amor y silencio.
La vida cristiana, como la cerámica, empieza con una masa informe de barro. El ceramista, con paciencia y amor, modela aquella materia blanda y aparentemente vulgar, y le da forma. Así también Dios modela el espíritu de quien se deja hacer: la vida contemplativa es, en este sentido, un dejarse hacer constante. La hermana Regina lo explicaba con serenidad: «La plegaria es ponerse en manos del Padre, como barro blando, porque Él haga lo que quiera».
Una vez el barro ha sido modelado, hace falta que entre al horno. Este es el momento de la fe, donde todo parece quemarse, donde la fragilidad puede romper la obra si no ha estado muy trabajada. En la vida del cristiano, y especialmente en la vida monástica, hay hornos silenciosos: la soledad, la prueba, la duda, la repetición aparentemente inútil. Pero, es allá donde se consolida la forma, donde el corazón se endurece en la fidelidad. Por la hermana Regina, el horno no era un enemigo, sino una etapa necesaria. «Sin la cocción, la obra no tiene consistencia», decía. Así también la oración perseverante, aunque a menudo no lleve emociones visibles, es la que da solidez al alma.
El proceso del esmaltado es quizás el más misterioso. Se cubre la pieza con una capa opaca, que parece sucia, grisácea… y solo después de volver al horno aparece la luminosidad, la brillantez inesperada. Es la esperanza cristiana, que no es ingenuidad sino fruto del fuego y la fe. Como el esmalte, la gracia de Dios transforma aquello aparentemente ordinario en una cosa resplandeciente.
La hermana Regina jugaba con colores y texturas, pero siempre con humildad. «Es el Espíritu quien pinta», solía decir, sabiendo que la mano del ceramista solo es mano prestada para una obra más grande.
En un mundo que a menudo valora solo la eficiencia y el ruido, la vida contemplativa nos recuerda que la plegaria sostiene el mundo, como el horno consolida la cerámica, como la esperanza sostiene el alma humana. Dios Padre puede hacer de nosotros una obra bella, si nos dejamos modelar por sus manos, el Hijo y el Espíritu Santo.