Fecha: 22 de junio de 2025

Estimados hermanos y hermanas:

La fiesta del Corpus Christi «es inseparable del Jueves Santo, de la misa in Caena Domini, en la que se celebra solemnemente la institución de la Eucaristía», dijo el Papa Benedicto XVI durante la solemnidad del Corpus, en 2011. Mientras que en la noche del Jueves Santo «se revive el misterio de Cristo que se entrega a nosotros en el pan partido y en el vino derramado», hoy, en la celebración del Corpus Christi, este mismo misterio «se presenta para la adoración y la meditación del pueblo de Dios», señaló el Santo Padre, consciente de que en la Eucaristía tiene lugar la conversión de los dones de esta Tierra.

Hoy, mientras recorremos con el Santísimo Sacramento las calles de la ciudad y de todos los pueblos, manifestamos que Cristo Resucitado camina en medio de nosotros, mostrándonos la plenitud del Reino de los Cielos. Así, la lección de humildad, servicio y entrega que el Señor nos legó en la intimidad del Cenáculo, la hacemos vida, bendiciendo el cáliz de la bendición y el pan partido, que son comunión de la Sangre y el Cuerpo de Cristo (cf. 1 Cor 10, 16-17). Porque, como recordaba san Pablo a los cristianos de Corinto: «El pan es uno, nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues todos comemos del mismo pan» (1 Cor 10 ss).

La presencia del amor de Dios en la Eucaristía sostiene, moldea y plenifica el amor fraterno. Y en ese Banquete de amor hemos de reconocer al hermano hambriento, sediento, forastero, desnudo y enfermo (cf. Mt 25, 35-46), porque de esta entrega derramada hasta el extremo nace nuestra responsabilidad como cristianos en pos de una sociedad más solidaria, más justa y más fraterna.

Llevar dentro de nosotros el Cuerpo y la Sangre del Señor, mediante el pan y el vino consagrados, nos hace capaces de vivir según ese modelo de amor y esa lógica de la entrega que este mundo es incapaz de comprender, como pequeños granos de trigo cosidos a la piel de su Costado.

Vayamos, con los discípulos, a preparar la Cena Pascual: seamos bebida y comida para el mundo, apóstoles y samaritanos con un corazón de carne que sufre, que calma, que perdona, que cura, que acompaña, que espera y, sobre todo, que ama. Abracemos el Cuerpo de Cristo, rompámonos con Él cada vez que nos anhele, quedémonos en su tacto compasivo, derramémonos en cada Banquete que Él preside y dejémonos seducir por esa humildad que lo colma todo de vida. Seamos, con Él y en Él, ese corazón sin fronteras que ama a la medida de Dios, que sacia el hambre y la sed del mundo. Seamos vino nuevo y pan partido para la vida de este mundo, tan necesitado de su amor.