Fecha: 20 de julio de 2025

Un año más, el pasado fin de semana se llevó a cabo la peregrinación de verano de los maestros y profesores de las escuelas de la diócesis, este año en Santiago de Compostela. Un año más ha sido un encuentro agradable, con una buena convivencia que nos ayuda a reflexionar, una vez más, sobre las inquietudes y preocupaciones de quienes se dedican a la educación de los niños y adolescentes. Una tarea nunca suficientemente agradecida, que merece nuestro reconocimiento y que no está exenta de dificultades de todo tipo.

La educación es un proceso, un itinerario de crecimiento, un camino en el que todos los elementos tienen su importancia. Semejantemente, a una peregrinación la educación comporta también un trabajo en equipo, en el que todos tienen algo que aportar porque todos nos necesitamos unos a otros. Los maestros y profesores con su profesionalidad, las familias que confían en el proyecto educativo y con su colaboración, y los alumnos que con sus capacidades y potencialidades crecen y se van desarrollando a medida que avanzan en el camino de la vida.

Además de este trabajo compartido, es importante tener clara cuál es la meta, cuál es el objetivo. Y este no es otro que el de construir verdaderas personas humanas, colaborando entre todos para que los alumnos desarrollen sus capacidades y lleguen a convertirse en personas maduras, buenos ciudadanos, capaces de incidir en la vida social y ser así factores de la construcción de un mundo mejor. Un proceso en el que es muy importante el estímulo y la motivación de unos y otros, porque es una misión compartida.

Por eso es importante reflexionar en el trabajo de nuestros centros educativos. Porque la escuela cristiana, de una u otra forma, a menudo está en el punto de mira de muchos, desde medios de comunicación hasta organismos administrativos y políticos. A veces, informaciones sesgadas o queridamente interesadas pueden llevar a cuestionar esta presencia, la de las escuelas cristianas, en la sociedad, aduciendo una posible lesión de los derechos de las familias. Pero el objetivo de una escuela cristiana es el mismo que el de todas las escuelas, respetando la libertad de la familia, pero añadiendo el ofrecimiento desde la libertad de unos criterios y valores concretos, los de Jesucristo de Nazaret y el evangelio. Entendiendo que la responsabilidad última de la educación pertenece siempre a la familia habrá que reconocer, sin embargo, que es necesaria la mutua colaboración entre esta y las escuelas porque el objetivo es el mismo para todos.

Ahora, terminado ya el curso escolar, es necesario reiterar una vez más el agradecimiento de la diócesis por la dedicación de tantos maestros, profesores y personal no docente que hacen de su vida una verdadera vocación al servicio de la educación de las futuras generaciones. Una vocación que viven con gozo e ilusión, con la esperanza de ver sus frutos recompensados, aunque también con las dificultades propias de la condición humana en el proceso de crecimiento de niños y jóvenes. Gracias una vez más a todos en nombre de la Iglesia, sí, y también de toda la sociedad.