Fecha: 7 de septiembre de 2025

¿Por qué es importante la esperanza? ¿Puede ser un propósito la esperanza? De hecho, podemos decir que es tan importante que sin esperanza no se puede vivir. Necesitamos la esperanza de vivir, la esperanza de crecer, la esperanza en el proyecto de la vida, la esperanza en el cumplimiento de nuestros sueños, esperanza de ser feliz. Estas son esperanzas buenas e incluso necesarias, pero son esperanzas humanas que pueden fallar, pueden no llegar a cumplirse. Solo hay una esperanza que no falla, que no defrauda, es la que ponemos en el Señor, fundamento de nuestra vida.

Empezamos ahora un nuevo curso, una etapa nueva, y lo empezamos con esperanza. Seguimos en el Año Santo, en el Jubileo de la esperanza. La gracia del Año Santo nos proporciona la oportunidad de empezar de nuevo y de hacerlo con esperanza. Si Dios nos ha perdonado, si ha dado a su hijo al mundo porque lo ama y nos ha liberado del peso de nuestras culpas, qué no hará para que estemos con él y nos dejemos amar por él. Esta es la verdadera esperanza, «la esperanza que no defrauda porque Dios, dándonos el Espíritu santo, ha derramado su amor en nuestros corazones» (Rm. 5,5).

Retomamos en las parroquias las actividades habituales, la catequesis, la predicación, la educación de los niños y los jóvenes, las celebraciones de todo tipo, el ejercicio de la caridad con los más necesitados, sí. Pero siempre con la intención, con el deseo de comunicar lo que llevamos en el corazón: Jesús y su mensaje, y el gozo de encontrarnos con él, de conocerlo mejor, de experimentar y vivir su amor y de darlo a conocer a nuestros hermanos.

Porque «Dios ama tanto al mundo que le ha dado su Hijo único para que no se pierda ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna» (Jn 3, 16). Esta es la novedad absoluta del evangelio, su característica propia: la revelación, la manifestación de un Dios que ama al mundo, que nos ama, que nos ha creado por amor, para ser amados y para amar. Y este es el verdadero fundamento de nuestra esperanza.

El Papa León decía el pasado 3 de agosto a la multitud de jóvenes congregados en Roma con motivo del Jubileo de los jóvenes hablando de la esperanza y citando a san Agustín: «¿Qué es, pues, esta cosa tan esperada…? ¿La tierra? No. ¿Algo que se origina en la tierra, como el oro, la plata, los árboles, las nieves, el agua? … Todas estas cosas causan deleite, son bellas, son buenas» (Sermón 313/F, 3). Y concluía: «Busca quién las hizo: Él es tu esperanza». Y añadía: «Mantengámonos unidos a Él, permanezcamos en su amistad, siempre, cultivándola con la oración, la adoración, la comunión eucarística, la confesión frecuente, la caridad generosa» . Es decir, nuestra esperanza es Jesús.

Mucha gente hace propósitos al empezar un año o un nuevo curso: hacer gimnasia, empezar una dieta, estudiar algo concreto, etc. Son buenos propósitos ciertamente, pero no son los propósitos del evangelio. Para un cristiano vivir con propósito va más allá de estos y otros aspectos que son buenos, pero que no son suficientes. Nuestro propósito debe ser vivir el amor, vivir con amor, y como fruto del amor, la verdadera esperanza. Ser portadores, ser misioneros de esperanza, este debe ser nuestro propósito al empezar este curso. Hagamos lo que debemos hacer, estudiar, trabajar, la vida de familia, la colaboración en la parroquia o en el movimiento, pero hagámoslo con amor, como misioneros de esperanza. Porque este es el único propósito válido para los que hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él (1 Jn 4, 16).