Fecha: 14 de septiembre de 2025

Estimados hermanos y hermanas:

Mañana, lunes, Roma acoge el Jubileo de la Consolación. Se trata de un evento al que están invitadas, de manera particular, las personas que están atravesando un momento de dolor y aflicción a causa de la enfermedad, el luto, la violencia, el abuso o el maltrato.

Los asistentes peregrinarán a la Puerta Santa para, después, recibir el sacramento de la reconciliación en las iglesias jubilares. Por la tarde, participarán en una vigilia de oración con el Santo Padre, en la Basílica de San Pedro, donde mantendrán un encuentro con el papa León XIV bajo el tema «Devolver la esperanza, secando las lágrimas».

Cuánta belleza esconde contemplar «el oficio de consolar que Cristo nuestro Señor trae», comparándolo con el modo en el que «unos amigos suelen consolar a los otros», escribió san Ignacio de Loyola, en sus reconocidos Ejercicios (EE, 224). Para el fundador de la Compañía de Jesús, el Señor Resucitado cumple con sus discípulos una misión idéntica a la del Espíritu Santo: consolar, ser la fuente del mayor consuelo.

Todo es don del Espíritu, insiste san Ignacio. Con él, volvemos la mirada a este Jubileo de la Consolación que nos recuerda que ser bálsamo en la herida de quien sufre es la manera más bella de estar cerca del Amor del Resucitado.

San Pablo, en uno de los relatos de su conversión, confiesa que su único deseo es «sentir en mí el poder de su resurrección y la solidaridad en sus sufrimientos» (cf. Flp 3,10). Y lo hizo realidad cuando llegó a decir «ya no soy yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Gál 2,20).

En Cristo, todos somos uno. Y también en Él, el dolor adquiere un sentido cuando se vive como un camino de redención, purificación y santificación. Si, por el contrario, quitamos a Dios de la ecuación, el dolor purificado por medio del amor es sólo un verbo sin sentido. Cristo padeció por nosotros, dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas (cf. 1Pe 2,21); y, en su Pasión, en ese sacrificio redentor, encontramos el verdadero sentido del sufrimiento. Él escogió el camino de la cruz para mostrarnos el valor del amor llevado hasta el extremo, para que no se hiciese su voluntad, sino la del Padre (cf. Lc 22,42).

Hoy, como Él y como estos hermanos sufrientes que mañana atravesarán la Puerta Santa del Amor santificado por medio de la Cruz, ofrecemos nuestros dolores, enfermedades y angustias, para que todas nuestras dificultades adquieran un valor eterno y comprendamos, de una vez y para siempre, que Dios enjugará las lágrimas de nuestros ojos y no habrá más muerte, ni luto, ni llanto, ni pena (cf. Ap 21,4). Él, en medio de la tribulación, hace nuevas todas las cosas. Confiemos con esperanza: ¡Él ha vencido al mundo! (cf. Jn 16,33).