Fecha: 14 de septiembre de 2025
A lo largo de nuestra vida identificamos momentos y situaciones de todo tipo. Hay algunos que son cruciales y otros que lo son menos o parecen más intrascendentes. El hecho es que, según nuestra mirada de fe, de todos podemos sacar una lección positiva. Estoy seguro de ello. Incluso de aquellos escenarios que, a nuestros ojos, son una auténtica calamidad. La vida es un largo aprendizaje. La clave sería aprender siempre, y aprender la mejor lección. Es lo que decimos, de una manera popular, no perderse «el quid de la cuestión».
Con esta expresión nos remitimos a lo que es importante, y esto encaja, sin duda, con una de las escenas últimas —no la última— de la vida de Jesús. Me refiero al momento de la cruz. Se trata de un momento explicativo como ningún otro. En el identificamos la manera en que Jesús afronta el sufrimiento, la traición, el rechazo. Humanamente hablando, no es un momento fácil. A todos nos cuesta entender, asumir y digerir esta entrega total y amorosa de Jesús. Pero es así como Él ha querido mostrarnos la lección más importante de todas: entregar la vida amando. Así sí. Así vale la pena. El sufrimiento, experiencia común para toda la humanidad, solo puede digerirse cuando sabemos que únicamente el Amor es lo que da sentido a nuestra existencia.
Pienso en tantos de vosotros, estimados diocesanos, que dais vuestro tiempo, vuestros talentos, vuestros dones, vuestros recursos… para construir un mundo nuevo. Desde el pueblo más pequeño hasta la gran ciudad, sois muchos los que os planteáis la vida desde esta entrega amorosa. Gracias. Esto nos alienta a todos. Este estilo es propio de Jesús: darse sin esperar nada a cambio. Que nadie sustituya el Amor por otros sucedáneos. Que nadie nos quite el Amor.
He aquí que, al volver del periodo clásico de las vacaciones escolares, y justo cuando las escuelas acogen a sus alumnos, nos encontramos con esta fiesta litúrgica, la exaltación de la cruz, que es una buena invitación para empezar un nuevo curso académico. Llegar a encontrar y saborear «el quid de la cuestión» nos debe permitir «separar el grano de la paja», es decir, saber qué es importante y qué no lo es. Esto nos pide paciencia. No nacemos con la lección aprendida. Es decir: eso de amar generosamente, pero sobre todo sin esperar nada a cambio, como hace Jesús, e incluso cuando amar nos desgasta la vida, requiere tiempo.
Me gusta escuchar las historias de resistencia y esperanza de tantos hombres y mujeres contemporáneos. Vidas marcadas, a veces, por la injusticia, por el fracaso, por la crítica, por el dolor, por el rechazo, por la traición… Si nos decimos cristianos y lo queremos ser, no podemos ignorar la cruz. Pero la cruz no nos invita a ser partidarios de la tristeza; al contrario. La cruz apunta al cielo. La cruz es el penúltimo capítulo de la vida de Jesús. Lo sabemos. Nos hace falta a todos identificar la cruz o las cruces que nos toca llevar. Pero que nadie viva este reconocimiento como una losa insuperable. Nosotros queremos vivir en el Amor y desde el Amor. Es la única manera de vivir con sensatez. Así vive Jesús. La fiesta litúrgica de la exaltación de la cruz nos invita a no alejar nuestra vida del quid de la cuestión, es decir, del Amor. No lo olvidemos: la cruz es siempre signo de victoria, la victoria del Amor.