Fecha: 21 de septiembre de 2025

Este año conmemoramos el Concilio de Nicea (325), donde la Iglesia tuvo que aclarar lo esencial de la fe. Frente a las dudas sobre quién era Jesús y su identidad profunda, los obispos reunidos en el concilio proclamaron con fuerza que Cristo es verdadero Dios y verdadero hombre, (homoousios) de la misma naturaleza que el Padre. Allí también se afirmó la acción del Espíritu Santo, Señor y dador de vida, y se recordó que nuestra fe es siempre trinitaria y comunitaria: creemos en el Padre que nos crea, en el Hijo que nos salva y en el Espíritu que nos acompaña. A diferencia de otros resúmenes más breves, el Credo de Nicea ofrece una confesión más completa y solemne, la misma que une hasta hoy a la Iglesia universal en cada Eucaristía.

En nuestras misas solemos rezar o cantar el denominado Credo de los Apóstoles, breve y entrañable. Pero os invito, durante este nuevo curso, a recuperar y predicar con mayor frecuencia el Credo Niceno-constantinopolitano. No significa dejar de lado el otro, sino profundizar en esta gran confesión de fe que une a TODOS los cristianos desde hace 1.700 años y que expresa con fuerza el misterio trinitario que nos sostiene.

¿Por qué no aprovechar la ocasión para explicar a nuestras comunidades el sentido de cada frase, con palabras sencillas y actuales? ¿cómo explicaríamos el Credo a la generación Z?  Cuando entendemos lo que rezamos, el Credo deja de ser una fórmula repetida y se convierte en una proclamación viva, alegre, auténtica, portadora de identidad y de sentido, algo que desean muchos jóvenes. Confesar que Jesús es el Hijo de Dios es muy potente.

En tiempos de dudas y confusión, volvamos a lo esencial. Profesar y comprender el Credo de Nicea hoy es decir con la Iglesia entera: creemos, confiamos en un Dios que es Amor, y en ese Amor ponemos nuestra esperanza y la de la humanidad entera.