Fecha: 26 de octubre de 2025
Estimadas y estimados. Jesús nos dice que «no podéis servir a Dios y al dinero» (Lc 16,13). Además, advierte a sus discípulos que deben guardarse «de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes» (Lc 12,15). Dicho esto, ¿para qué sirven las riquezas? La respuesta que da el Evangelio y la Biblia en general es bastante escéptica: si no se tiene muchísimo cuidado con ellas, más bien son perjudiciales. Jesús pone el ejemplo de un hombre rico que, tras una gran cosecha, construyó enormes graneros para asegurarse una vida de lujo. «Pero Dios le dijo: “Necio, esta noche te van a reclamar el alma, y ¿de quién será lo que has preparado?”» (Lc 12,20).
En la Biblia hay un capítulo realmente cargado, agobiante. Es el que describe las riquezas del rey Salomón (1Re 10). Salomón fue un buen rey y Dios lo recompensó con sabiduría. Era tan sabio que todos acudían a consultarle. Y le llevaban regalos. El oro era tan abundante en su reino que la plata no se estimaba en nada (1Re 10,21.27). Todo lo tenía de oro. Era tan poderoso y tan rico que casi se sentía empachado de poder y riqueza. Pero, tras el capítulo de las riquezas, viene el de los pecados. Primero, las mujeres. Salomón era tan rico, que tenía muchas, especialmente extranjeras: «moabitas, amonitas, edomitas, sidonias e hititas» (1Re 11,1). Y tenía que contentarlas levantando altares a los dioses de su devoción. Terminó adorando a “Astarté, diosa de los sidonios, y a Milcón, abominación de los amonitas” (1Re 11,5). ¡Pobre Salomón! En su vejez ya había perdido completamente el rumbo. Tan bueno y tan sabio, se volvió necio y malvado por los caminos del poder y la riqueza. Como dice el libro del Eclesiastés: «¡Vanidad de vanidades; todo es vanidad!» (Ecl 1,2). Es un escepticismo sano que nos conviene a todos, para relativizar nuestros entusiasmos por lo material y corregir nuestro apego a las riquezas. El verdadero sabio es el que ve las cosas desde el final, desde esa cátedra luminosa que es la muerte, que ayuda a dar a las cosas su justo valor. Lo transitorio es relativo. Lo que permanece es lo que es absoluto e importante.
Estas páginas bíblicas no nos invitan a despreciar los bienes de este mundo, pero sí a no dejarnos nunca esclavizar por ellos. No debemos descuidar el trabajo, pero tampoco podemos dar prioridad a lo material, porque caeríamos en la idolatría y la obsesión por el dinero y las riquezas. El afán de acumular bienes y de gastar sin medida es, en el fondo, una fuente de infelicidad, cuando no también de violencia; nos quita la libertad y la paz interior, nos impide disfrutar de los valores más humanos y sencillos de la vida, y a menudo cierra nuestro corazón a Dios y al prójimo más necesitado. Por eso hoy podríamos terminar con una oración extraída del Misal, que dice: «[Señor,] ten misericordia de nosotros, para que, guiados y gobernados por ti, usemos de tal manera los bienes temporales, que no perdamos los eternos».
Vuestro,


