Fecha: 2 de noviembre de 2025
En este Año Santo de la esperanza que estamos viviendo se nos invita hoy a elevar los corazones para mirar más allá de lo que ven nuestros ojos de la tierra. Acostumbrados como estamos a mirar al suelo olvidamos a menudo que hay unas realidades más grandes e importantes que las que aquí tan a menudo nos absorben y angustian.
Celebrar la fiesta de Todos los Santos es celebrar la vida eterna, la comunión de los santos, la alegría sin fin. El cielo y el infierno no son ideas abstractas, teorías vagas, sino realidades firmes de nuestra fe que nos revelan el destino hacia el que nos encaminamos. Nos preocupamos mucho de las cosas de este mundo y muy poco de las de Dios y a menudo olvidamos las palabras de Jesús: «No os preocupéis pensando qué comeréis o qué beberéis, o cómo os vestiréis. Todo esto los paganos lo buscan con inquietud, pero vuestro Padre celestial ya sabe de lo que tenéis necesidad, vosotros buscad primero el Reino de Dios y todo esto se os dará por añadidura” (Mt 6, 31-34).
La esperanza es la virtud que nos hace levantar nuestra mirada y nos ayuda a abrirnos a los dones que el Señor nos quiere dar, y el mayor don es el cielo, la comunión plena con Dios, donde ya no hay llanto ni dolor sino sólo amor, paz y alegría sin fin, y eso es lo que estamos llamados a vivir.
La solemnidad de Todos los Santos nos invita también a mirar a nuestros hermanos que ya han llegado a la gloria, los santos, hombres y mujeres como nosotros que vivieron con esperanza en medio de las dificultades de cada día. Ellos no fueron perfectos desde el principio, pero se dejaron transformar por el amor de Dios. Esta fiesta nos muestra que la santidad no es el privilegio de unos pocos, sino una vocación universal. Todos estamos llamados a ser santos, es decir, a vivir con el corazón unido a Dios en la vida ordinaria ya aquí en este mundo, en la vida de cada día. Cada santo es un reflejo del amor de Dios, san Francisco de Asís en la pobreza, santa Teresa de Calcuta en la caridad con los más pobres de los pobres, san Juan Pablo II con su entrega hasta el final… Todos ellos nos animan a seguir adelante en el camino, recordándonos que el cielo vale verdaderamente la pena.
Cada vez que amamos, que perdonamos y servimos estamos construyendo el cielo en la tierra, es decir, el Reino de Dios, aquel Reino que pedimos en el Padrenuestro. Esto significa ver a Dios tal y como es, tal y como se nos ha revelado, hacerlo presente entre los hombres y vivir en él para siempre, empezando ya ahora y aquí. Vivir pensando en el cielo no significa olvidar la tierra. Por el contrario, la fe y la esperanza en la vida eterna nos hace vivir mejor la lucha y la misión de hacer presente en el mundo al Reino de Dios. La santidad no es otra cosa que vivir con la mirada fija en Dios, dejarnos llenar de su amor, con los pies en la tierra y el corazón en el cielo.
 
					

