Fecha: 9 de noviembre de 2025

A veces hay personas que no saben salir de su propio «ego». Los personalismos existen. En un tiempo de sinodalidad como el que vivimos, los liderazgos deben ser, obviamente, revisados. Quienes van solos acaban muy cansados; por el contrario, parafraseando a san Juan de la Cruz, «el que ama, ni cansa ni se cansa».

¡Oh, mamma mia! ¿Dónde estamos? ¿Hasta qué punto hemos arrinconado las buenas motivaciones de compartir abiertamente, de escucharnos y de apoyarnos mutuamente? A veces parece que solo reaccionamos ante grandes calamidades. Entonces aparece, digámoslo todo, una solidaridad muy notable. Quisiera, una vez más, repensar en voz alta aquel dicho tan conocido, «la unión hace la fuerza», para ilustrar la jornada de hermandad de este año. ¿De qué «unión» hablamos? ¿De qué «fuerza» se trata? ¿Hacia qué «fraternidad» tendemos?

Estar unidos es un don. Unidos con nosotros mismos, con quienes tenemos más cerca y con quienes vienen de más lejos. Se trata de ponernos en camino en la dirección que nos debe llevar hacia la fraternidad universal. Esto no es nada fácil. A menudo trasladamos nuestras heridas hacia quienes tenemos al lado, culpándolos de cosas que no hemos sabido digerir. En cambio, la evidencia que experimentamos es irrefutable: necesitamos a los demás. Somos seres sociales. Aún más, solo puedo comprenderme a mí mismo gracias a Jesucristo. El Concilio Vaticano II lo expresó con precisión: «el misterio del hombre se esclarece a la luz del misterio del Verbo encarnado, unido, en cierta manera, a todo hombre» (GS 22). Por lo tanto, podemos intuir que existe una misteriosa unidad entre toda la humanidad.

Tener «fuerza» es adentrarnos en un camino de auténtica conversión. San Pablo afirmaba que no era fuerte. El apóstol de los gentiles se descubría verdaderamente como alguien débil, con contradicciones y ambigüedades. Al mismo tiempo, sin embargo, reconocía en él la gracia de Dios. La fuerza del Espíritu Santo lo convertía en testigo de Dios ante sus comunidades.

Desde una perspectiva eclesial, hoy que celebramos la jornada de hermandad, descubrimos la importancia de ser red, de configurar un entramado de relaciones verdaderas que nos haga salir de nuestros aislamientos y construir así un «nosotros» marcado por el Espíritu.

El papa Francisco aludía a la «mística del nosotros», al don de una verdadera fraternidad, alejada de razonamientos estridentes y simplistas. De una manera sencilla pero clara, hemos mencionado la necesidad de volver a apreciar el valor diocesano de nuestra pertenencia. Somos la Iglesia de Dios que peregrina en Lleida. Aquí nace nuestra identidad. La voluntad de Dios es que la llamada a la fraternidad no sea una propuesta elitista, ni una manera de actuar abstracta e imprecisa.

La hermandad es mucho más que una campaña económica, ante la cual no podemos dejar de hacer un llamamiento sincero y necesario a la corresponsabilidad en el desarrollo de nuestras comunidades. Hoy, pues, necesitamos esta mirada de carácter humano, ante la cual la unidad y la fuerza que provienen de Dios serán las que, de manera conveniente, nos cohesionen sin aislarnos de la realidad. Vigilantes ante los peligros humanos del cansancio y del miedo, nos declaramos partidarios de la verdadera hermandad, aquella que proviene de Dios y que tiene su eco en este dicho tan nuestro: «la unión hace la fuerza».