Fecha: 16 de noviembre de 2025

Fue el papa Francisco, hombre de Dios, quien comenzó a proponer la Jornada Mundial centrada en los pobres en el año 2017. Este año llegamos a su novena celebración. El papa León XIV nos recuerda que los pobres, vengan de donde vengan, pueden convertirse en testigos firmes y fiables de esperanza.

Las precariedades que rodean la vida de tantos hermanos nuestros necesitados nos hacen cercana aquella expresión popular que dice: «Un día más, un año menos».

Ciertamente, a veces la escasez —sea del tipo que sea—, las situaciones de carencia y las adversidades hacen difícil el camino de la vida. En esas ocasiones, sólo nos queda una última reserva de energía para resistir y seguir confiando. Algunos expertos hablan de la resiliencia, un término que alude a esa fuerza inaudita que nos permite mantener una cierta dirección en nuestra trayectoria vital. Somos, a la vez, fuertes y frágiles. Hay experiencias que nos fortalecen y otras que nos abaten. Lo sabemos bien.

Una de las pobrezas más graves —no tenemos miedo de decirlo— es pensar que quienes viven en las periferias no conocen a Dios. Me parece que ocurre exactamente lo contrario. Los pobres son, muchas veces, quienes viven más cerca de Dios y quienes pueden hablar de Él con mayor propiedad. No tienen nada y lo esperan todo de Él. Viven la fe. No elaboran teorías sobre el cielo y la tierra; bastante tienen con vivir y sobrevivir. Con frecuencia reciben el desprecio y el rechazo, el juicio y la mirada altiva.

¿Cómo acompañar esta realidad tan dura desde nuestra condición de misioneros?

Actuar a favor de los pobres no es una distracción pastoral. Ellos son los amigos preferidos de Jesús. La jornada de hoy es una invitación a ir más allá de nuestras rutinas y poner verdaderamente en el centro de nuestra vida eclesial a los pobres. Ellos son quienes rompen nuestros esquemas pastorales, pero siempre los renuevan. Qué gozo descubrirlos cerca de nosotros, incluso dentro de nuestras comunidades, proyectos, escuelas, entidades… dentro de nuestra diócesis.

Las pobrezas, dicen los entendidos, no disminuirán; al contrario, seguirán creciendo. Ruego que también crezcan nuestras respuestas y nuestras capacidades para acompañar estas realidades, algunas de ellas muy duras. Durísimas.

La última exhortación apostólica del papa León XIV, Dilexit te («Te he amado»), recuerda la creatividad que la Iglesia ha tenido para responder a estas situaciones: desde los primeros servicios de la Iglesia primitiva, pasando por las reflexiones incisivas de los Padres que nunca olvidaron el protagonismo de los más desfavorecidos, las acciones de los monasterios medievales que unían oración y caridad, las órdenes hospitalarias, mercedarias o mendicantes, la opción de la Iglesia por la educación de los más necesitados, hasta las expresiones contemporáneas de acompañamiento a los migrantes o los movimientos populares que siguen luchando por los derechos de los pobres. Ejemplos no nos faltan.

El escenario es muy complejo, pero no imposible de transformar. Estoy convencido de que somos capaces de superar la dictadura de la economía que mata, para ir más allá de nuestras rutinas —como aquella del «Un día más, un año menos»— y seguir avivando al buen samaritano que ha vivido y vive en nuestro interior.