Fecha: 30 de noviembre de 2025
Comenzamos el tiempo de Adviento, y nos disponemos santamente a entender, una vez más, que el Señor vino, vendrá y está viniendo. Nuestro Dios es Alguien que camina hacia nosotros, y lo hace de manera apasionada. Nada ni nadie lo detendrá. El Adviento es el tiempo para redescubrir de nuevo esta cercanía continua, dulce e insistente de Dios. Somos nosotros quienes, libremente, abriremos nuestro corazón o lo cerraremos. Que no nos venza el peligro de no aceptar este movimiento de aproximación de Dios hacia nosotros.
Hoy vivimos, de manera consciente, un fuerte momento misionero en la Iglesia. Somos misión, y eso significa que no podemos sostenernos pensando que todo depende de nosotros. Las luchas titánicas son un planteamiento erróneo. Tarde o temprano, caemos en el doloroso error de un activismo voluntarista que duda de Dios y de su gracia. Vacilamos y nos precipitamos en un profundo abismo pensando, por ejemplo, que ser cristiano es saber cosas —cuantas más, mejor—. No es así: Jesús mismo ensalza a Dios, el Padre, porque ha revelado a los sencillos los misterios del Reino. El desacierto misionero es aún más patético cuando dejamos que el individualismo se convierta en el criterio de la propuesta cristiana. Por eso, os propongo una breve reflexión sobre esta expresión nuestra: «hacer piña».
El Adviento, que es la espera esperanzada del retorno de Jesucristo, nos invita a no perder el hilo del sentido comunitario de la salvación que Dios quiere para toda la humanidad. Demasiado a menudo vamos solos. Entre nosotros no puede ser así, si nos llamamos católicos —«nosotros», qué palabra tan nuestra y tan traviesa, en fin—. Aspiramos a vivir nuestra fe en comunidad, y mejor haciendo piña.
El deseo hoy se convierte en virtud y, por tanto, colaborar entre nosotros se convierte en una urgencia pastoral de primer orden. Quienes viven amando se mantienen unidos. No banalicemos, por favor, nuestras muestras de amor, de servicio y de justicia. Aquello que hacemos nos define, y también la manera en que esperamos. No queremos de ningún modo desesperarnos durante este Adviento. Al contrario, queremos descubrir la venida del Señor a nuestras vidas. Una manera inequívoca de reconocer su presencia es, y será, la experiencia de comunidad que vivimos.
El Adviento, que para nuestros hermanos ortodoxos es conocido como la Pequeña Cuaresma, es también un tiempo de conversión. Debemos permanecer vigilantes ante los pequeños detalles, porque es en los elementos que parecen más anecdóticos y pasajeros donde Dios quiere visitarnos. Dios llama a la puerta de nuestro corazón y nos pide humildemente: «—¿Me dejas entrar?». La preparación de estas cuatro semanas pasa, no lo olvidemos, por reforzar nuestros lazos y vínculos con la comunidad. Nuestras relaciones hablan de nosotros. Favorezcamos, pues, nuestros momentos de oración, de servicio, de formación y de celebración. Hagámoslo. Sin miedo. La esperanza es nuestro tesoro, porque la esperanza es Jesucristo mismo, que vive en nosotros.
La lógica del Adviento, hoy, pasa por nuestro obispado: por fortalecer no tanto el ritmo de nuestra marcha, sino por consolidar el sentido diocesano de nuestra fe. Dios está viniendo. No lo dudemos. Lo hace de tal manera que quiere, de nuevo, nacer en nuestros corazones, en nuestras familias y, cómo no, en nuestras comunidades. «Hacer piña», hoy, es para nuestra misión diocesana un imperativo lleno de esperanza. Aceptémoslo.


