Fecha: 7 de diciembre de 2025
Santa María, Tierra pura donde Dios quiso poner su morada, Madre cuyo corazón fue preservado de toda sombra para que tu entrega brillara sin mancha en la Historia de la Salvación.
Hoy, cada luz encendida es un pequeño Evangelio: una llama que proclama que tú fuiste escogida para traer al mundo la Luz verdadera que ilumina cualquier corazón herido.
Inmaculada Madre, enséñanos el secreto de tus ojos, una mirada que reconoce lo pequeño, cuida lo frágil, acaricia lo herido y, al posarse sobre cada uno de nosotros, nos recuerda que todo en esta vida puede ser redimido cuando pasa por los ojos de una madre.
Tú, que dijiste «sí» sin condiciones y entregaste tu vida a la voluntad del Padre, acógenos bajo tu manto y enséñanos a abrazar la voluntad de Dios: con serenidad y libertad, con esa ternura tuya que no humilla, sino que levanta; que no exige, sino que acompaña; que no obliga, sino que invita al gozo de pertenecer enteramente a Dios.
Aurora de la Humanidad nueva, haz que la luz que hoy encendemos ante ti prenda también nuestros ojos, para que aprendamos a mirar como tú: sin juicio, sin dureza, sin prisa, descubriendo en cada rostro la huella de tu Hijo y en cada historia la posibilidad de un nuevo comienzo.
Que la claridad de tu gracia ilumine las estancias oscuras de nuestra vida; que tu pureza abra caminos de esperanza allí donde el pecado ha dejado heridas; que tu maternidad fiel nos enseñe a cuidar con tu cuidado y a amar con tu amor, hasta que el mundo entero pueda reconocerse reflejado en la suavidad de tu corazón bueno.
Madre Inmaculada, haznos sencillos como tu alma, valientes como tu fe, dóciles como tu corazón. Amada Madre, que renazca en nosotros la alegría de sabernos amados, custodiados y acompañados por ti; y que el mundo, al ver la luz que tú enciendes en nosotros, encuentre un motivo para creer, un abrazo donde descansar y un hogar donde volver.
Amén.


