Fecha: 14 de diciembre de 2025
Nuestras reflexiones dominicales en torno a la misión deben quedar bien enmarcadas en este año jubilar. La misión quiere transmitir verdaderamente el don de la esperanza. De hecho, la misión tiene mucho que ver con la necesidad de sintonizar con Dios, que llega a nuestra vida para impulsarla como una ofrenda de sentido y de esperanza para nuestro mundo. Somos enviados. Somos mensajeros de alegría, de confianza y de paz allí donde transcurre nuestra vida cotidiana. Eso sí, nos corresponde preparar el camino para Aquel que quiere venir a nuestras vidas y transformarlas. Estamos llamados a ser testigos de Aquel que pasó por la vida haciendo el bien y contagiando las ganas de vivirlo. En este sentido, no podemos perder el horizonte de las bienaventuranzas. A través de ellas asumimos, más pronto que tarde, que somos personas llamadas a la felicidad.
¿Y cómo llevar a cabo, de nuevo, este hecho sencillo y sublime de entusiasmarnos en nuestra misión? Hoy quiero recordar aquel dicho que dice: «Si quieres estar bien servido, sírvete tú mismo». No quiero hablar desde ninguna cátedra, sino muy cerca de todos, para reclamar para nuestras vidas la importancia del servicio. El Adviento, que es tiempo de conversión, nos invita a retomar de nuevo la importancia de ponerse al servicio de aquellos que más lo necesitan.
No me refiero a un servicio aislado de la vida eclesial, sino todo lo contrario. Todos los que nos decimos cristianos debemos situarnos en el buen camino del servicio. No hay nadie más grande que aquel que da su vida en un gesto de amor desinteresado. La Iglesia es y debe ser servidora de toda la humanidad, especialmente de la más herida y la más vulnerable. Llegar al portal de Belén pasa por el servicio. Ni más ni menos.
Reconozcamos, pues, en medio de tantas lucecitas y cancioncitas de dulzura azucarada, mensajes y buenos deseos filantrópicos, la importancia de situar a los más necesitados en este camino que llega a Belén. El Adviento no puede olvidar nunca reencontrar la centralidad de aquellos que no pueden caminar con facilidad hacia el portal.
Advirtamos, con la máxima claridad posible, que el servicio no puede ser un círculo cerrado en sí mismo: «sirvo para que me sirvan», o bien «sirvo para sacar un provecho». Todo lo contrario, me implico en el servicio para que los demás se incorporen al camino de la vida y puedan seguirlo con alegría. Eso es ser feliz: facilitar y acercar la felicidad a quienes la buscan. Las estrategias del mercado, que tantas veces provocan una compra impulsiva en estos días, merecen una crítica. Por favor, seamos sinceros. ¿Seremos más felices por haber adquirido más cosas?
Es decir, no se trata de «hacerle la cama» a nadie —es decir, de engañar o embaucar a nadie—, sino todo lo contrario. Nuestra misión propone el gozo de compartir y anunciar una nueva manera de entender nuestras relaciones y nuestro lugar en este mundo. Quien quiera llegar a Belén no podrá hacerlo si no se ha puesto al servicio de los demás. Aquellos que radicalizan no su discurso, sino su compromiso en favor de los necesitados, son verdaderos referentes. Los que caminan son los que se dan. Así de sencillo y así de sublime.
Feliz Adviento.


