Fecha: 30 de noviembre de 2025
Primer domingo de adviento, estrenamos nuevo año-ciclo litúrgico de la mano del evangelista San Mateo, aquel recaudador de impuestos corrupto que, tras un cruce de miradas y alguna conversación, lo dejó todo para seguir a Jesús y nos regaló su evangelio. Todos merecemos nuevas oportunidades. Donde Jesús veía un potencial, otros veían solo a un amigo de pecadores; nosotros queremos mirar como Jesús.
30 de noviembre, festividad del apóstol San Andrés. El pescador que llevó a Pedro a la amistad con el Señor Jesús. Cumplo con enorme gratitud un año a vuestro servicio, un tiempo lleno de encuentros. Como Mateo, Andrés o aquellos de Emaús, amigos y compañeros que caminaban con el Resucitado, maduramos humana y cristianamente tejiendo relaciones y encuentros en el viaje espiritual de la vida. Un año es poco y es bastante, si se mide por el grado de intensidad. Intensa es la vida cuando se intenta vivir para los demás captando las necesidades profundas de los otros. Me siento agradecido, arraigado, pero a la vez pequeño y necesitado de buscar a Dios con vosotros. Ante los desafíos pastorales o personales, la espiritualidad del abandono y la infancia espiritual nos sostienen. Os la recomiendo.
Somos una diócesis trabajadora que ofrece testigos de esperanza. Experimentamos cada día el milagro de los cinco panes y dos peces que el Señor multiplica. Panes y peces que provienen de vosotros, el pueblo santo de Dios. Piquemos piedra con alegría desde lo que somos, hacemos y tenemos. Multipliquemos la generosidad, pero sin quemarnos, que desborde la cultura del cuidado pastoral y nos miremos todos con misericordia, bien unidos.
Sólo tenemos la bendición del ahora. Por favor, ayudadme a ser un pastor misionero y sinodal en una diócesis “en estado permanente de misión”. Vivamos de la eucaristía como escuela de conversión al Evangelio y la fraternidad que enciende nuestro corazón en el de Cristo. Así creceremos en comunidad como discípulos misioneros. Feliz y santo adviento del Año Jubilar que evoca ya un horizonte donde el Espíritu nos conduce como a Pedro y Andrés, a echar las redes mar adentro, a revivir la alegría.


