Fecha: 30 de noviembre de 2025
¿Os imagináis qué pasaría si un compañero, que conoce vuestros aprietos, os anunciara seriamente que Dios mismo vendrá a encontraros? ¿Pensaríais que se ha vuelto ingenuo? Y, si insistiera diciendo que sí, que Dios conoce a fondo vuestra situación y que le duele no veros felices. Y, imaginad, por un momento, que llegara a convenceros de que el Señor del cielo y de la tierra está a punto de venir para apoyaros firmemente…, ¿no le prepararíais la estancia y le allanaríais el camino? Esto es el Adviento. Por extraño que pueda parecer, la Iglesia está convencida, y así nos lo anuncia. Este es el punto de inflexión con el cual el cristianismo se diferencia de las otras religiones: la Encarnación del Verbo, Dios hecho hombre en el hombre Jesús.
Para decir verdad, hemos de hablar de venidas diversas de Jesús: así, podemos hablar de la primera venida en el misterio de la Encarnación, es decir, en la primera Navidad de la historia; también, de la última venida que anhelamos y esperamos al final de la historia; y, además, de la venida que hace a nuestros corazones cuando lo aceptamos y lo acogemos como nuestro Salvador.
De ahí que la Iglesia, en el tiempo de Adviento que hoy iniciamos, nos ayude primero a esperarlo, y después, en el tiempo de Navidad y Epifanía, a acogerlo. Él es «la esperanza que no defrauda» (Rm 5,5), como nos recuerda el Año Jubilar de este año. Durante el Adviento, todo nos llama a la esperanza. Y no a una esperanza mezquina, frívola o engañosa. No. Se trata de una esperanza sólida, estimulante, amplia como el horizonte. Una esperanza en un cielo nuevo y una tierra nueva, llenos de sentido, de justicia y de paz, de una vitalidad empapada de amor. De la mano de los profetas de Israel —Isaías y Juan Bautista—, de los salmistas y de los «pobres del Señor», sobre todo de María y de José, esta esperanza nos llevará hasta la fuente misma de esta vitalidad nueva: el Mesías, Señor y Salvador.
Y nosotros, ¿qué hemos de hacer? Para ser auténtica, esta esperanza ha de llevarnos a preparar los caminos del Señor, cambiando profundamente nuestra manera de pensar y de actuar. Si os fijáis bien, la misma comunidad cristiana nos da las pistas: Escuchar la Palabra de Dios. Vivir intensamente la liturgia de estos domingos. Intensificar la oración. Siguiendo la predicación de Juan Bautista, trabajar incansablemente por la solidaridad y la justicia. Hacerse amigo de los cuatro grandes personajes del Adviento: Isaías, Juan Bautista, María y José. Recordemos que el Adviento es el tiempo de María por excelencia. Y, ¿por qué no? Aprovechemos las buenas costumbres de nuestro país: preparemos el belén y los villancicos, pongamos la imagen de Jesús niño en un lugar destacado de la casa, celebremos los «Reyes» …, buscando en todas estas cosas el mejor sentido.
Aunque el Adviento sea tan breve, la semilla de esperanza crecerá. Porque «la esperanza no defrauda». Y, entonces, Jesús nos podrá decir al oído: «Mira, estoy de pie a la puerta y llamo. Si alguien escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo» (Ap 3,20).
Vuestro,


