Fehca: 30 de noviembre de 2025

Hay palabras que marcan profundamente la vida de una persona, y algunas, especialmente las últimas antes de la muerte, se convierten en síntesis de lo que ha sido su corazón. Muchos recordamos las que se difundieron del papa Benedicto XVI: «Jesús, te amo». También las primeras palabras de alguien que asume una responsabilidad suelen ser leídas como orientación de lo que será su servicio. Pues bien, ¿cuáles son las primeras palabras que se nos dirigen al empezar este tiempo de Adviento? Son estas: «Casa de Jacob, venid, caminemos a la luz del Señor» (Is 2,5).

¿Qué nos quiere decir el Señor con esta llamada? Que el año que inauguramos hoy, en este domingo primero de Adviento, es invitación a ponerse en camino sostenido por su luz. Y no lo hacemos individualmente, sino como Iglesia —como casa de Jacob—, como familia, caminando unidos, acompañados por nuestros hermanos en la fe, sosteniéndonos mutuamente. Y esto significa que éste es también un camino sinodal.

La liturgia, a lo largo de todo el año, nos recordará ese camino en la luz. Durante el Adviento, esperaremos la luz definitiva cuando Cristo vendrá a iluminar la historia y la vida de cada uno de nosotros en aquel domingo definitivo , el último día, cuando resucitaremos para participar de su vida sin fin. En la Navidad, contemplaremos cómo esta luz se hace pequeña y humilde, accesible a nuestros ojos y a nuestras manos, para que podamos reconocerla y acogerla. Es lo que dice san Juan: «Nosotros lo hemos oído, lo hemos visto con nuestros ojos, lo hemos contemplado y lo hemos tocado con nuestras propias manos» (1Jn 1,1).

Y en la Pascua, se hará presente la fuerza de esa luz que atraviesa la tiniebla del pecado y de la muerte y que ilumina con la potencia de la resurrección todo lo que hay en el mundo y en nuestra vida de más oscuro. Por eso también nosotros, marcados por el bautismo, estamos llamados a ser luz: «Que la estrella de la mañana encuentre encendida todavía la llama… Cristo, que, volviendo de entre los muertos, se ha aparecido glorioso a los hombres como el sol en día sereno» (Anuncio de la Pascua, en la Vigilia Pascual).

Así, finalmente, se nos pide vivir esta luz en lo cotidiano: en la oración constante, en el trabajo de cada día, en la vida familiar, en la ayuda fraterna, en la presencia humilde junto a quienes necesitan consuelo. Adviento es un tiempo oportuno para renovar esta esperanza y para dejarnos iluminar nuevamente por la promesa de Dios. El mundo, con sus evidentes sombras — la violencia, los enfrentamientos, la soledad, la falta de confianza y de diálogo —, necesita creyentes que mantengan encendida la llama de la esperanza. No podemos resignarnos ni encerrarnos en nosotros mismos. El Señor nos llama a caminar a su luz: a escuchar más, a perdonar más, a sembrar gestos de paz y fraternidad allá donde estamos.

Os invito a hacerlo con la alegría de saber que no camina solo, Cristo camina con nosotros, y que su luz nunca será vencida por tiniebla alguna. Que este Adviento renueve en nosotros la confianza de que todo puede ser transformado desde dentro si abrimos el corazón a Cristo y dejamos que su luz guíe nuestros pasos hacia un mundo más humano y fraterno. Caminemos, pues, a la luz del Señor.