Fecha: 23 de noviembre de 2025
Los evangelios de los últimos domingos nos hablan del fin de los tiempos. No es fácil afrontar un final, sea del tipo que sea. Los primeros cristianos también reflexionaban sobre este hecho, ya que sabían que la eternidad pertenece a Dios, no a los hombres. Hoy creo que pasamos muy de puntillas por esta cuestión. Nuestras acciones misioneras no generan una reflexión en este sentido, digámoslo claro. Sabemos que las cosas acabarán, pero también aspiramos, por la fe, a que no terminen nunca. Ahora bien, ¿cómo acabarán? Ojalá que en los últimos tiempos la misericordia de Dios reine y triunfe. Eso no será un final, sino un comienzo.
Me remito hoy a aquel dicho que reza así: «Cielo a grana, viento o agua temprana». Lo usamos para admitir aquello que ha de suceder. Ojalá que el Amor que anhelamos no sea un espejismo. La creación nos habla. La naturaleza tiene su lenguaje, sus ritmos, sus necesidades. Nosotros no somos más que unos seres vivos capaces de amar.
Si el cielo aparece metafóricamente como meta, como destino, como fin de nuestro trayecto vital, también aparece como criterio de lo que queremos alcanzar: un estado de paz plena. El fin de los tiempos nos pide tener los ojos puestos en las cosas verdaderamente importantes. Nos exige dejar de verdad nuestros miedos a un lado y no permitir, bajo ningún concepto, que estos nos dominen.
El miedo tiene un antídoto, que es la fe. No lo olvidemos. Pidamos, pues, la fe para afrontar los numerosos escenarios que nos hacen tambalear. La fe no es nunca un argumento definitivo, como si se tratara de un escudo que nos protege pero también nos separa de la realidad y nos desvincula de nuestros hermanos. La fe es respuesta humana y don divino que nos ayudará a vivir con esperanza. He aquí.
Fue el escritor alemán Goethe quien, a través de su reflexión, asoció el color azul a un sentimiento que transporta al observador hacia el infinito. Ha sido la sabiduría popular, sin embargo, la que ha observado y valorado desde otra perspectiva las situaciones de dificultad, no apelando a la esperanza, sino a una especie de realismo cordial y muy sincero.
Pero esas calificaciones de color son eso: apreciaciones, nada más. La cuestión pastoral que queremos plantear es, dicho claramente: ¿de qué manera estamos dispuestos a afrontar las situaciones de adversidad de nuestra vida? ¿Adoptamos planteamientos propios del miedo o, por el contrario, nos confiamos a actitudes revestidas de confianza? ¿Somos de esa clase de cristianos que se alteran por cualquier cosa o, más bien, de los que sabemos que Dios hace bien todas las cosas, a pesar de todo?
Las cosas tienen un final, y las personas también. Pero atención: para nosotros, los últimos tiempos se viven como una anticipación de la plenitud de vida que Dios nos quiere regalar. Esta es nuestra esperanza. Esta es la voluntad de Dios: que todos nos reconozcamos como hijos e hijas suyos y, por tanto, como hermanos universales.
Nuestra misión atraviesa cielos nublados, luminosos, turbios, radiantes… Es decir, toda clase de circunstancias acompañan nuestra realidad. Ojalá que no vivamos movidos solo por las primeras impresiones. Seguramente, ni el azul es tan esperanzador, ni el rojizo tan calamitoso. Vivimos siempre en manos de Dios, eso sí.


