Fecha: 22 de junio de 2025
Vivimos en un mundo marcado por el cambio constante. Cambian modas, tecnologías, cambian las relaciones entre las personas, cambiamos de casa, país o ciudad. También cambia la forma en que nos comunicamos, y todo muy rápidamente. Esto quizás nos puede hacer vivir algo desorientados: entre tanto cambio, ¿qué hay de estable? ¿Dónde puedo apoyarme si todo se derrumba? ¿Dónde voy a edificar mi casa, si todo es arena?
Pero no todo es arena, no. Dios no cambia, Dios no nos deja: ¡Él es fiel! Jesucristo, sigue presente y vive en su Iglesia, especialmente cada vez que celebramos la Eucaristía, realmente presente entre nosotros con su Cuerpo y su Sangre. Sigue actualizando el «sí» que dio al Padre en Getsemaní y que consumó en la Cruz: «que no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Mt 26,39). Una entrega total para dar una nueva vida.
De hecho, antes de subir al cielo, Jesús nos dice: «Yo estaré con vosotros, día tras día hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Esta promesa se cumple plenamente en la Eucaristía. Cada vez que la celebramos Cristo se nos hace alimento para enriquecernos a nosotros con todos sus dones. Y solo en Él podemos encontrar el verdadero descanso del alma.
Este domingo, muchas parroquias —también la Catedral— saldremos en procesión por las calles de nuestros pueblos y ciudades. En muchos lugares decoraremos el suelo con alfombras vegetales para que pase el Señor y bendiga las calles y las personas. Y la actitud con la que salimos es de fe y de humildad, porque sabemos que llevamos un «tesoro en vasijas de barro» (2Co 4,7) i que debemos llevarlo a los demás. Es un testimonio para el mundo, tantas veces desorientado y perdido porque no encuentra paz ni descanso, sino violencia, guerra, preocupaciones y todo tipo de desgracias. Tenemos un Salvador, que nos trae la paz («paz a vosotros», Jn 20,26), la salvación («Él salvará de los pecados a su pueblo», Mt 1,21) y el descanso («Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y encontraréis vuestro descanso», Mt 11,28). Y no celebramos el Corpus por mantener unas tradiciones, se trata de la convicción de la fe en la presencia de Aquel que se mantiene fiel a sus promesas.
Porque la fe no es solo una vivencia íntima, la fe tiene también una dimensión pública. No solo vivimos la fe individualmente, sino que la vivimos en un Cuerpo —el de Cristo— y en un pueblo —el de Dios. Vivimos nuestra fe evangelizando, saliendo de nuestras iglesias como salimos el día del Corpus para ser testigos de que Cristo está presente, vive y camina entre nosotros.
Pero la fe tiene otra dimensión pública que brota del corazón de la Eucaristía, del amor de Cristo: el Jesucristo que encontramos en la Eucaristía debemos saber encontrarlo también en el pobre. La Eucaristía es inseparable de la humanidad que sufre. Por eso Cáritas es un testimonio para nosotros y para el mundo: Cristo está presente en el pobre y nosotros lo reconocemos, vivo, presente, esperándonos.
Quisiera recuperar aquí unas palabras de San Juan Crisóstomo, padre de la Iglesia, hablando sobre la Eucaristía y los pobres en una homilía: «¿Quieres honrar de verdad el cuerpo de Cristo? No dejes que esté desnudo. No lo honres aquí con vestidos de seda y fuera lo dejes sufrir hambre y desnudez». Ver a Cristo en el pobre es dejar que la Eucaristía se haga vida en nosotros porque él es inseparable de sus hermanos, especialmente los más necesitados, es saber ver la presencia de Dios que nos dice: «Tuve hambre y me diste de comer…» (Mt. 25, 35). Porque «yo estoy contigo todos los días».