Fecha: 26 de octubre de 2025
Estimados hermanos y hermanas:
En el corazón de toda historia de fe, hay siempre una madre que vela, que espera, que ama sin descanso. Hoy, con gran alegría, os invito a participar en la romería diocesana al Monasterio de Montserrat, que realizaremos el sábado 15 de noviembre con motivo del milenario de esta casa bendita, donde –desde hace siglos– la Madre de Dios ha querido permanecer como signo de consuelo, fe y esperanza para todo su pueblo.
Subir a Montserrat no es solo un gesto devocional; es abrir el corazón al Misterio, una peregrinación del alma, un volver a las raíces vivas de nuestra fe. Poner el corazón en Monserrat supone un ascenso interior en el que el alma se abre al mismo Dios. Sin medida, para siempre. Así, cada piedra del monasterio, cada nota del canto de los monjes, cada mirada dirigida a la imagen de la Moreneta, nos habla de una historia de amor entre el Señor y su pueblo.
La Virgen de Montserrat, la Madre infinitamente buena que conoce a la perfección nuestros caminos, nuestras fragilidades y nuestras heridas, sigue caminando entre nosotros. Ella no abandona a sus hijos; acompaña silenciosa las noches del dolor y los días de esperanza, enseñándonos a mirar la vida desde la fidelidad y la ternura. En sus manos pacientes y misericordiosas aprendemos a dejar nuestras cargas y a confiar de nuevo, porque cada día en Ella es un regalo de su infinita piedad.
Este año del milenario es un momento de gracia, de profundidad, de gloria acontecida. Dios nos llama a renovar la comunión diocesana, a subir juntos como familia que peregrina unida, como Iglesia viva que busca el rostro del Señor. Subir a Montserrat será, también, descender después al mundo con un corazón más libre, más fraterno, más dispuesto a servir hasta que el corazón resista.
Os invito, por tanto, a preparar esta peregrinación con las manos gastadas de orar, con profunda alegría y con un espíritu abierto. Que cada paso sea una súplica y una alabanza. Que nuestra diócesis entera –parroquias, comunidades, familias, enfermos, jóvenes y mayores– se deje reunir bajo el manto de María. Ella nos conduce siempre a Cristo, el único que puede hacer nuevas todas las cosas (cf. Ap 21, 5).
El amor de una madre no se impone ni se apaga: permanece, acompaña y sostiene, incluso cuando el hijo ya no recuerda que está siendo profunda y eternamente amado. Que la Virgen de Montserrat, Estrella de esta Montaña Santa, nos tome de la mano y nos guíe en este camino de fe. Nos vemos en Montserrat, junto a la Madre, para cantar con una sola voz: «Magníficat anima mea Dominum».


