Fecha: 4 de mayo de 2025

Desde su elección el 13 de marzo de 2013, el Papa Francisco, el primer pontífice latinoamericano y jesuita de la historia, ha dejado una impronta profunda en la Iglesia Católica y en el mundo. Su legado más importante puede resumirse en tres grandes ejes: la misericordia como principio rector, la proximidad a los migrantes, a los pobres y marginados, y la reforma de la Iglesia para hacerla más transparente, humilde y comprometida con la realidad del siglo XXI.

Desde el principio de su pontificado, Francisco ha puesto la misericordia en el centro del mensaje eclesial, como ya expresó en su primer ángelus. La convocatoria del Jubileo Extraordinario de la Misericordia (2015-2016) fue un signo de ese impulso. Para el Papa, la misericordia no es una idea abstracta, sino el rostro de Dios y una forma concreta de actuar: acoger, perdonar, comprender y acompañar. Esta visión ha tenido gran impacto, especialmente en ámbitos como la acogida de personas divorciadas, de condición homosexual o alejadas de la Iglesia. Siempre ha insistido en la necesidad de una «Iglesia en salida», que no se quede encerrada en los templos, sino que salga a las periferias, tanto geográficas como existenciales. Ha denunciado con fuerza la cultura del descarte, las injusticias sociales, la crisis climática y el sistema económico global que deja atrás a millones de personas. Su encíclica Laudato si’ (2015) es una llamada profética a la conversión ecológica y a la justicia social. A pesar de bastantes resistencias internas, el Papa Francisco ha impulsado reformas estructurales en la Curia. Ha buscado una mayor transparencia en las finanzas vaticanas, ha promovido la sinodalidad como forma de gobierno más participativa y ha iniciado procesos para hacer frente a los abusos sexuales y de poder dentro de la Iglesia, una tarea muy sensible y compleja.

Pero más allá de documentos y reformas, quizá el legado más potente del Papa Francisco es su estilo personal: sencillo, cercano, sin altiveces. Su lenguaje directo y humano ha tocado los corazones en todo el mundo, también entre los no creyentes. Ha roto con muchas formalidades de la Iglesia y ha mostrado que la figura del Papa puede ser a la vez autoridad espiritual y testimonio de humildad. Ha trabajado mucho por la paz y el entendimiento entre los pueblos y las religiones.

El legado del Papa Francisco no puede medirse sólo por los cambios institucionales, sino en la nueva mirada que ha sabido sembrar: una Iglesia más cercana, más abierta, más fiel al Evangelio de Jesús. Quedan retos pendientes y resistencias, pero su impronta ya forma parte de la historia. Dicho con sus mismas palabras: “El tiempo es superior al espacio”, y quizá sea con el paso del tiempo que la fuerza de su legado se haga aún más evidente. El Papa Francisco ha supuesto un giro profundo en el liderazgo de la Iglesia Católica. Con un estilo sencillo, cercano y comprometido con los más vulnerables, ha puesto la misericordia, la justicia social y el cuidado del planeta en el centro del mensaje eclesial. Ha impulsado una Iglesia «en salida», menos centrada en la doctrina y más abierta al diálogo, la acogida y la reforma evangélica. Su legado es el de una Iglesia que quiere escuchar, acompañar y servir en un mundo lleno de desigualdades y en constante cambio.