En el nombre del Pare, del Hijo y del Espíritu Santo. ¡La paz esté con vosotros!
Queridos hermanos y hermanas:
Esta mañana retomamos las audiencias jubilares especiales que el papa Francisco había iniciado en enero, proponiendo cada vez un aspecto particular de la virtud teologal de la esperanza y una figura espiritual que la haya testimoniado. ¡Seguimos, pues, por el camino iniciado, como peregrinos de esperanza!
Nos une la esperanza transmitida por los Apóstoles desde el principio. Los Apóstoles vieron en Jesús la tierra unida al cielo: con los ojos, las orejas, las manos acogieron la Palabra de vida. El Jubileo es una puerta abierta a ese misterio. El año jubilar conecta el mundo de Dios más radicalmente con el nuestro. Nos invita a tomarnos en serio lo que rezamos cada día: «Así en la tierra como en el cielo.» Ésta es nuestra esperanza. Éste es el aspecto que hoy queremos profundizar: esperar es conectar.
Uno de los mayores teólogos cristianos, el obispo Ireneo de Lyon, nos ayudará a reconocer lo hermosa y actual que es esta esperanza. Ireneo nació en Asia Menor y se formó entre quienes habían conocido directamente a los Apóstoles. Luego vino a Europa, porque en Lyon ya se había formado una comunidad de cristianos de su tierra. ¡Será bueno recordarlo aquí, en Roma, en Europa! El Evangelio fue llevado a ese continente desde fuera. E incluso hoy, las comunidades migrantes son presencias que reviven la fe en los países que les acogen. El Evangelio viene desde fuera. Ireneo conecta Oriente y Occidente. Esto ya es un signo de esperanza, porque nos recuerda que las personas continúan enriqueciéndose mutuamente.
Pero Ireneo tiene un tesoro aún mayor para darnos. Las divisiones doctrinales que encontró en el seno de la comunidad cristiana, los conflictos internos y las persecuciones externas no le desalentaron. Al contrario, en un mundo roto aprendió a pensar mejor, centrando su atención cada vez más en Jesús. Se convirtió en cantor de su persona, también de su carne. De hecho, reconoció que en Él lo que nos parece contrapuesto se recompone en unidad. Jesús no es un muro que nos separa, sino una puerta que nos une. Debemos permanecer en él y distinguir la realidad de las ideologías.
Queridos hermanos y hermanas, también hoy las ideas pueden enloquecer y las palabras pueden matar. La carne, en cambio, es de lo que estamos hechos todos; es lo que nos une a la tierra y a las demás criaturas. La carne de Jesús debe ser acogida y contemplada en cada hermano y hermana, en cada criatura. Escuchemos el grito de la carne, sintámonos llamados personalmente por el dolor de los demás. El mandamiento que hemos recibido desde el principio es que nos amemos unos a otros. Esto está escrito en nuestra carne, antes que cualquier ley.
Ireneo, maestro de unidad, nos enseña a no contrastar, sino a conectar. La inteligencia se encuentra no dónde separa sino dónde conecta. Distinguir es útil, pero dividir nunca lo es. Jesús es la vida eterna en medio de nosotros: une a los opuestos y hace posible la comunión.
Somos peregrinos de esperanza, porque entre las personas, las poblaciones y las criaturas es necesario que haya alguien que decida avanzar hacia la comunión. Otros nos seguirán. Como Ireneo de Lyon en el siglo segundo, que en cada una de nuestras ciudades volvamos a construir puentes donde hoy existen muros. Abramos puertas, conectemos mundos y habrá esperanza.