Fecha: 27 de julio de 2025
Estimados abuelos y abuelas, ancianos y ancianas:
¿Qué sería de nosotros y de nuestras vidas sin vosotros? Hoy, cuando celebramos la V Jornada Mundial de los Abuelos y Personas Mayores, pienso en vuestras vidas, vuestra entrega desbordada, vuestros sacrificios infinitos, hechos alimento del mundo y plenitud para la herencia del mundo.
¡Feliz el que no ve desvanecerse su esperanza! (cf. Eclo 14, 2), reza el lema, tomado del libro del Eclesiástico, elegido por el Papa Francisco para este año. Estas palabras, tal y como expresa el comunicado de prensa difundido por el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, revelan «la bienaventuranza de los ancianos» y señalan «la esperanza puesta en el Señor como camino hacia una vejez cristiana y reconciliada».
Vuestra presencia en este Año Jubilar, se convierte en un signo de esperanza para cada familia y para cada comunidad eclesial que tiene la dicha de teneros cerca y de disfrutar de vuestra vida, inteligencia y sabiduría. «¿Cómo puede un hombre volver a nacer cuando ya es viejo?» (Jn 3,4), le preguntó Nicodemo a Jesús. Y el Señor le alentó a abrir el corazón a la obra del Espíritu, para soplar su aire de plenitud en aquellos que le aman.
«¡Envejecer no es una condena, es una bendición!», expresaba el Santo Padre en el año 2022, en su mensaje para esta Jornada. Y si ese envejecimiento va de la mano de Dios, la alabanza adquiere un sentido distinto y profundamente renovador para el cuerpo y el espíritu: «Envejecer no implica solamente el deterioro natural del cuerpo o el ineludible pasar del tiempo, sino el don de una larga vida».
Vuestra vida es un don de Dios, vuestros brazos el abrigo amable donde –a ejemplo de María y de José– se han amparado tantos miedos de niño y vuestras rodillas el refugio que ha custodiado innumerables alegrías y tristezas. Nuestra vocación de custodiar vuestras raíces y de cuidaros como lo habéis hecho vosotros durante toda vuestra vida, ha de marcar el rumbo de una historia que no puede escribirse sin vuestras miradas. Porque de la misma manera que «nos necesitamos y nos debemos los unos a los otros, para que la humanidad renazca» (Fratelli tutti, 35), nadie se salva solo.
A vosotros, mayores, os digo: gracias por ser la caricia más tierna del Padre, el fruto perene que da sentido al tiempo y nunca envejece, y el signo visible de la bondad de Dios que concede vida, y vida –como la vuestra– en abundancia (cf. Jn 10, 10).