Fecha: 21 de septiembre de 2025
Me parece —perdonad si me equivoco— que los tiempos que vivimos son muy fragmentados. Me explico. Las grandes historias son las clásicas, las de un pasado más o menos remoto. Hoy todo se vive, digamos, a corta distancia y con prisas. Ya no estamos en aquel tiempo de la antigua cristiandad. Hoy vivimos la fe en minoría. El papa Benedicto XVI y también el papa Francisco mencionaron una Iglesia entendida como «minoría creativa». Esta expresión, tan característica de los últimos tiempos en nuestros ambientes eclesiales, me gustaría relacionarla con aquel dicho nuestro, lleno de realismo y humildad: «grano a grano, se hace granero».
Sin perder ni un gramo de nuestra fe —en el caso de que esta pudiera pesarse—, me gustaría reconocer ante los ojos de todos esas pequeñas realidades, orientaciones, criterios y opciones que nos ayudan a mantenernos firmes en el seguimiento de Jesucristo y que nos permiten acercarnos más a las bienaventuranzas, el gran sermón de Jesús. Todos estamos llamados a vivir las bienaventuranzas, pero eso no sucede de repente. A donde quiero llegar es al hecho necesario de valorar positivamente los pequeños detalles que marcan un estilo y una tendencia más global. Vivir la fe nos exige cuidar de esos detalles que son inspiradores para crecer, tanto de manera personal como eclesial.
Los pequeños detalles son poderosos y nos ayudan a repensar nuestras relaciones y nuestros planteamientos. Menciono solo uno a modo de ejemplo. Me refiero al detalle de la paciencia… «grano a grano, se hace granero».
La paciencia fue el trasfondo de la vida de los primeros cristianos. Su misión, como la nuestra, no se libraba de las dificultades y las inquietudes propias de quienes muy a menudo nos vemos abrumados por las urgencias. La misión y las prisas no siempre se conjugan de la mejor manera. Es cierto que, a veces, el mundo nos pide respuestas contundentes, argumentos irreversibles y afirmaciones diáfanas. Lo aceptamos, pero, de hecho, la vida cristiana se construye lentamente. Dios tiene su ritmo —ahora no entraremos en ello—, pero nosotros nos hacemos poco a poco, paso a paso. Y es desde la lentitud que podemos reconsiderar momentos presentes y futuros como verdaderas oportunidades de vida cristiana. Leía no hace mucho una propuesta en este sentido que hablaba de la teología de la lentitud.
Ahora bien, la paciencia también tiene sus peligros, como toda realidad humana. Me refiero al malestar de permanecer paralizados. Dicho de una manera más suave: hablo del peligro de adormecernos en nuestros sueños y acabar aislándonos de todo y de todos, dejando la misión de lado. Hoy la paciencia escasea. La inmediatez nos arrebata la oportunidad de disfrutar de los pequeños detalles.
Junto a la paciencia tendremos que añadir una cierta tensión positiva. Este domingo se celebra la jornada mundial del turismo. Poco o mucho, todos hemos hecho de «turistas». Todos somos curiosos por naturaleza. Que la curiosidad sea ese buen impulso para vivir el evangelio en lo cotidiano, de manera amistosa, sin impaciencias. Un justo equilibrio entre paciencia y curiosidad nos ayudará a valorar aquellos pequeños detalles que nos permiten seguir disfrutando de la misión, con sus luces y sus sombras.