Fecha: 15 de junio de 2025
Estimadas y estimados, las máquinas, conocidas como inteligencia artificial, están en pleno debate. Además de poder desarrollar una tecnología diseñada para llevar a cabo ciertas tareas funcionales, pueden dar un paso más: aprender por cuenta propia y tomar decisiones concretas de manera autónoma. Incluso, hay investigadores que confían en poder desarrollar la llamada «inteligencia artificial general», que sería su forma más radical: se trataría de un único sistema que podría realizar cualquier tarea, superando la propia mente humana. En este camino se encuentra el transhumanismo, que propugna una nueva concepción del ser humano, pudiendo modificar su naturaleza de acuerdo con sus propios intereses.
¿Hasta dónde podemos llegar? ¿Qué planteamientos éticos hay detrás de estas posibilidades? ¿Estará verdaderamente al servicio del bien común? ¿Más máquinas nos harán más humanos? Detrás de estos interrogantes se encuentra el mismo planteamiento del papa León al escoger este nombre, siguiendo la estela de León XIII, que en su momento tuvo que hacer frente a los interrogantes morales y éticos de la primera revolución industrial.
«La tecnología es imparable, y no es ningún problema. Lo que necesitamos es humanizarla y utilizarla al servicio de las personas». Son palabras de la Dra. Susana Prado, en la lección inaugural de la Universidad Rovira i Virgili (URV) al inicio de este curso que ahora terminamos. En este mismo sentido se expresó la «Nota» sobre la relación entre la inteligencia artificial y la inteligencia humana, Antiqua et Nova, de los Dicasterios para la Doctrina de la Fe y para la Cultura y la Educación de la Santa Sede (28 de enero de 2025).
Ciertamente, los escollos pueden ser notables, y más aún con la nueva situación geopolítica del mundo. Hace pocos meses, Bill Gates, fundador de Microsoft, pronunció una frase inquietante: «En diez años, los humanos no serán necesarios para la mayoría de cosas». La evolución de la inteligencia artificial, supeditada al poder, puede reflejar decisiones condicionadas por determinados intereses personales o sociales. Nos encontramos con diversas formas de inteligencia artificial, para las cuales, hasta hoy, no existe una definición unívoca en el mundo de la ciencia y la tecnología. Abarca una variedad de ciencias, teorías y técnicas dirigidas a hacer que las máquinas reproduzcan, imiten o sustituyan las capacidades cognitivas de los seres humanos. En este punto, los riesgos pueden ser notables: aumento de desigualdades, concentración de la oferta de inteligencia artificial en pocas empresas, sustitución del trabajo humano, incapacidad para el discernimiento en el uso de ingentes datos, manipulación y distorsión de la información, restricción de la libertad de las personas, etc.
De ahí la absoluta importancia de las ciencias humanas y del papel de las universidades en todo este debate, como afirmaba la Dra. Prado. Y añadía: «Una universidad como la URV, con tantas disciplinas, ha de ser valiente, sobre todo con las humanísticas, para que vayan en consonancia con el progreso tecnológico, que lo complementen para garantizar que el crecimiento global sea un bien para la sociedad». Ojalá sea así.
Vuestro,