Fecha: 27 de juliol de 2025

Hay momentos que marcan un antes y un después. Momentos que son importantes no porque salgan en las noticias, sino porque son de gran profundidad espiritual y marcan la vida de muchas personas. Para muchos jóvenes de nuestra diócesis, este verano será uno de estos momentos: marchamos juntos a Roma, al corazón de la Iglesia y de la fe. Y no solo para ver, sino sobre todo para vivir y escuchar.

Roma no es solo la ciudad eterna y la sede del Papa. Roma es la ciudad donde reposan los restos de san Pedro y san Pablo, los dos grandes testigos, columnas que gastaron la vida por Cristo. Nos acercamos a ella como quien se acerca al lugar donde se fundamenta nuestra fe. No vamos a hacer turismo: es un llamamiento a volver a las raíces, a dejar que algo nos toque, nos queme, nos mueva.

San Pedro y san Pablo no eran perfectos. Conocemos sus vidas. Pero ambos se dejaron transformar por el encuentro con el Resucitado. Ambos pusieron cuerpo y alma por su Señor y por el Evangelio. Su aparente fracaso se convirtió en misión de apostolado, su miedo en coraje, su herida en manifestación del poder de Dios. Y es esto lo que vamos a buscar: una fe que no se explica solo con palabras, sino con el testimonio de vidas entregadas.

En las basílicas de Roma atravesaremos la Puerta Santa. Pero lo importante no es el gesto exterior. Lo que importa es si algo se mueve por dentro. Si nos sentimos mirados por Cristo que no nos pide más que dejarnos amar.

Hay jóvenes que quizá lleguen cansados, desorientados, heridos, llenos de preguntas. Y justamente por eso son los primeros destinatarios de esta peregrinación. Porque Cristo no llama a los que no lo necesitan, sino a los que tienen hambre y sed. Y en medio del ruido del mundo, que promete mucho y da poco, necesitamos un lugar donde todo se detenga, donde todo vuelva a empezar. Este es el milagro del Jubileo: un instante donde el tiempo, se hace espacio de gracia, donde el corazón se ensancha y deja entrar a Dios.

Y no vamos solos. Caminar con otros —eso es sinodalidad— nos recuerda que no hay vocación cristiana que nazca de uno mismo ni pueda vivirse solo. La fe nace del oído (cf. Rm 101,7), nace de cuando otro te muestra el rostro verdadero de Dios. Cuando la alegría de otro enciende la tuya. Cuando alguien te habla de Jesús y sabes que no te habla de un libro, sino de alguien vivo.

Cuando volvamos, no traeremos «souvenirs», llevaremos el tesoro de la experiencia vivida. La gracia de volver a empezar, porque nos dice Cristo: «yo haré que todo sea nuevo» (Ap 21,5).

Ahora bien, sabemos que a la peregrinación exterior y corresponde una peregrinación interior. Esto significa que la experiencia que vivirán los jóvenes en el Jubileo, también la podemos experimentar nosotros desde casa. Podemos seguir también los actos del Jubileo de los jóvenes por los medios de comunicación, unirnos en la oración y la Eucaristía, podemos meditar lo que nos diga el Papa y pedir la fuerza del Espíritu Santo para que todo lo haga nuevo en nosotros.