Fecha: 9 de noviembre de 2025

Estimados hermanos y hermanas:

Hoy, en el corazón de nuestra diócesis de Tortosa, celebramos el misterio hermoso de ser Iglesia diocesana: un pueblo congregado por el Espíritu, enraizado por una historia concreta y llamado a caminar con esperanza hacia el Cielo, superando sus pobrezas y limitaciones. Este Día de la Iglesia Diocesana conmemoramos la vida comunitaria que nos acoge, nos sostiene y nos llama a la santidad. Desde los templos y los caminos, con las manos abiertas y las rodillas rasgadas, se escribe el Evangelio con letras de carne y sangre.

En el eco de esta llamada, volvemos a trazar en el corazón de nuestra fe que nuestra diócesis no es un edificio inmutable ni un conjunto de normas impasibles; es el rostro vivo de la Iglesia universal, un hogar que se construye sobre el amor de los pequeños, un alma abierta que palpita con los nombres y los sueños de quienes aquí creen, aman y sirven. Nuestra diócesis simboliza la memoria viva de quienes nos precedieron, de aquellos que –con su amor silencioso, traspasado y fiel– edificaron nuestra fe, y de quienes hoy –con la misma entrega y pasión– constituyen el pueblo de Dios.

El lema que nos acompaña reza, en voz alta, lo que susurra cada página del Evangelio: Tú también puedes ser santo. Esta insalvable invitación nos sitúa en el devenir de lo cotidiano, en el pan nuestro de cada día; en la sonrisa que donamos sin más precio que la alegría del triste, en la fidelidad humilde a la familia, al trabajo y al don de la amistad, en la oración que nadie ve, pero que sostiene el peso del mundo…

«La santidad consiste en dejarse transformar por la gracia, de modo que nuestra vida se haga transparente a Dios», recuerda san Juan Pablo II en Novo Millennio Ineunte. Ciertamente, ser santo no es un privilegio de unos pocos, es la vocación de cada bautizado, la respuesta amorosa al Amor que nos amó primero.

Hoy contemplamos a aquellos que custodian la mirada de nuestra Iglesia, esos maestros que transforman lo ordinario en extraordinario, lo imposible en viable, lo pequeño en eterno. Ya lo decía Santa Teresa de Calcuta, y es que «no todos podemos hacer grandes cosas, pero sí cosas pequeñas con gran amor». Cada gesto, cada renuncia y cada acto de servicio sostienen la vida de la comunidad.

Hoy celebramos a quienes han sido y son faros luminosos de ese amor que no se agota, que no busca recompensa y que transforma lo que toca. Nuestra Iglesia Diocesana camina entre los gozos y las penas del mundo, entretejiendo una historia de salvación en la que todo adquiere sentido a la luz de Cristo. Que la mirada de cada uno de estos hermanos nos anime a ser santos en nuestra vida cotidiana, haciendo de nuestro corazón un altar para los demás y de nuestra vida un canto silencioso de fe, esperanza y caridad.