Fecha: 5 de octubre de 2025
Estimados hermanos y hermanas:
Los días 8 y 9 de este mes de octubre, la basílica de san Pedro acoge el Jubileo de la Vida Consagrada, un evento al que están invitados, de manera particular, todos los consagrados y consagradas de las diversas formas de vida que conforman el Pueblo de Dios.
El Papa León XIV, cuando era superior general de los agustinos, reconocía que «hay miles y miles de jóvenes que están buscando la experiencia que les ayude a vivir su fe». Nuestra prioridad, señalaba el ahora Pastor de la Iglesia Católica, consiste en «vivir la vida nueva, vivir el Evangelio». El Señor, en el Evangelio, nos muestra el camino de las Bienaventuranzas (cf. Mt 5, 1-12). Así, detrás de estas palabras del Santo Padre no sólo se encontraba un apóstol de Jesucristo, sino también un fraile consagrado al Amor, un portador de luz a través de los votos de pobreza, castidad y obediencia, que deseaba mostrar el rostro de un Dios que late con entrañas de misericordia.
La vida consagrada, siempre en continua búsqueda de la justicia, la caridad y la fe en unión de los que invocan al Señor con corazón puro (cf. 2 Tm 2, 22), es una llamada a la alegría, esa belleza del rostro que irradia la gloria del Padre (cf. 2 Cor 4, 6): «Siempre, donde están los consagrados, los seminaristas, las religiosas y los religiosos, los jóvenes, hay alegría, siempre hay alegría. Es la alegría de la lozanía, es la alegría de seguir a Cristo; la alegría que nos da el Espíritu Santo, no la alegría del mundo. ¡Hay alegría!», revelaba el Papa Francisco, religioso jesuita, durante un encuentro con novicios y novicias celebrado en julio de 2013.
La Buena Noticia, acogida en el corazón, transforma la vida. Aquí, en Tortosa, contamos con varias comunidades de vida consagrada que son testigos y sembradores de esta alegría que transforma la Tierra. Hay un rasgo que, cada vez que les visito, me transforma por dentro; y es que siempre los veo felices y sonrientes, abiertos a la plenitud y a la fidelidad del Padre, siendo imitadores de Cristo (cf. 1 Co 11, 1), viviendo con total gratuidad (cf. 1 Co 9, 1-23), reflejando el rostro de Dios en sus vidas, en sus detalles y en sus gestos.
La llamada a la obediencia que les define –«Haced lo que él os diga» (Jn 2, 5)– marca un paso esencial en su carisma, donde la ley y el Espíritu van de la mano. La vida consagrada es vida nueva, un signo prometedor, una llamada a la alegría y un encuentro vivo del Señor con su pueblo.
Gracias, queridos consagrados y consagradas, por vivir cada día en la voluntad de Dios, despojándoos por entero de vuestros intereses, para poder decir con san Pablo: «No soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí (Ga 2, 20)».


