Fecha: 14 de septiembre de 2025

Una de las orientaciones diocesanas para este curso hace referencia a continuar el trabajo de revisión y reestructuración de los servicios y actividades en cada uno de los diez arciprestazgos de la diócesis. Continuar sí, porque durante el curso pasado, en las reuniones de sacerdotes de cada arciprestazgo, algunas de las cuales he podido presidir, se empezó a hacer una reflexión sobre cómo reestructurar los servicios y las celebraciones en las parroquias para optimizar los recursos y sobre todo para mejorar la calidad de los servicios y las celebraciones.

Esta reflexión se nos presenta como una necesidad al servicio de la evangelización. Es verdad que mirando la realidad concreta de nuestras comunidades nos damos cuenta de que nos encontramos inmersos en un proceso de secularización creciente, y esto afecta tanto a los cristianos que viven su pertenencia a la Iglesia como a los sacerdotes y diáconos que sirven a las diferentes comunidades de la diócesis. Ante esta situación debemos profundizar en nuestro de pertenencia a la Iglesia y en el ser verdaderos discípulos misioneros en nuestros pueblos y ciudades, en los diferentes ambientes donde estamos cada uno de nosotros. Y allí donde es más difícil vivir esta pertenencia y condición de discípulos, allí es más urgente la evangelización.

Por eso es necesario revisar y adaptar las estructuras que tenemos en la diócesis para que faciliten poner en práctica y vivir la misión de la que participamos por mandato de nuestro Señor: «Paz a vosotros. Así como el Padre me ha enviado a mí, también yo os envío a vosotros» (Jn 20,21). No debe ser, en modo alguno, un repliegue, sino una reestructuración, reorganizarnos para crecer y mejorar. La misión evangelizadora es lo que marca y orienta este trabajo.

Es evidente que cada arciprestazgo es diferente y que no se puede marcar un ritmo uniforme en este trabajo que sea igual para todos, sino que habrá que partir de la realidad concreta de cada lugar y de sus posibilidades. Pero no es menos verdad que esta reflexión, precisamente por eso, debemos hacerla en cada lugar y hacerla entre todos, presbíteros, diáconos, religiosos y laicos.

Sin embargo, hay algunas líneas generales que deben orientarnos en la realización de este trabajo. Porque, dentro de esta dimensión evangelizadora y misionera deberemos promover, donde sea posible, la creación por ejemplo de equipos de animación evangelizadora, como ya se está haciendo en algunas parroquias, para dinamizar junto con el consejo pastoral la vida de las comunidades parroquiales.

Asimismo, para potenciar acciones como la catequesis y la formación cristiana en todos los ámbitos, o la preparación de los sacramentos, o la atención a los más necesitados, será necesario coordinar más entre parroquias estos aspectos y donde sea necesario juntar los grupos y la preparación y atención concretos. En referencia a las celebraciones, será importante valorar los horarios de forma coordinada, aprendiendo a renunciar por un bien mayor y teniendo una perspectiva más ancha que solo la del propio campanario, o quizá juntar celebraciones preparándolas mejor para que sean una expresión más gozosa y comunitaria de la fe que compartimos.

Ciertamente, no es un camino fácil y pide conversión de cada uno de nosotros. Sin embargo, esto no es novedad, ya que en cada momento de la historia la Iglesia ha buscado mejorar la manera de servir al Señor y a la misión que le ha encomendado en bien de las personas y su salvación. Nosotros continuamos, pues, atentos a la realidad que nos rodea y abiertos a un futuro que de hecho ya está presente para ser Iglesia acogedora porque llevamos el nombre de cristianos y somos enviados, como Cristo, a comunicar el amor y la verdad de Dios.