Fecha: 8 de junio de 2025
En la solemnidad de Pentecostés, coincidiendo con la Jornada de la Acción Católica y del Apostolado Seglar, la Iglesia de Sant Feliu de Llobregat se hace una pregunta fundamental: ¿Qué soñamos juntos?
Soñamos con una Iglesia misionera y corresponsable, centrada en desarrollar la “cultura vocacional” en que todos los bautizados –y especialmente los laicos y laicas– sean verdaderos protagonistas del anuncio del Evangelio y del sostenimiento integral de las comunidades cristianas. Soñamos con una manera nueva de servicio y entrega pastoral en ministros ordenados, laicos y consagrados. Soñamos dejarnos inspirar y transformar por el Espíritu Santo que conversa con su Pueblo.
Soñamos despiertos porque la realidad es tozuda y toca replantear el modelo de comunidad, de atención pastoral y de misión laical. Para que seamos verdaderos creyentes, pero ¿en qué creemos? Y seamos más creíbles y santos.
El documento Lumen Gentium del Concilio Vaticano II destaca que todos los bautizados, por el hecho de formar parte del pueblo de Dios, están llamados a ser sal de la tierra y luz del mundo. Los laicos tienen la misión de santificar el mundo desde dentro, actuando como levadura en la masa y llevando el Evangelio a los ambientes sociales, culturales, económicos y políticos.
Este espíritu conciliar continúa siendo vigente y necesario. En un mundo marcado por la indiferencia y la fragmentación, el testigo de hombres y mujeres que viven la fe con coherencia y alegría es una luz de esperanza y un camino para abrir espacios de encuentro y de fraternidad.
El papa Francisco, en Evangelii Gaudium, nos recordaba que la Iglesia está llamada a ser una Iglesia en salida, misionera, acogedora y próxima. Esta salida no es solo geográfica, sino sobre todo existencial: salir de la propia comodidad para ir a las periferias de la vida, donde hay sufrimiento, soledad y carencia de esperanza.
Los laicos tienen un papel insustituible en esta misión. Cómo señala el papa, “necesitamos laicos muy formados, animados por una fe sincera y auténtica, que sepan insertarse en las realidades sociales y políticas para transformarlas según el Evangelio” (EG 102). Esto exige formación, discernimiento y una profunda vida espiritual, pero también compromiso activo y disponibilidad. Un laicado de discípulos y equipos misioneros con misión pastoral dentro y fuera de sus comunidades de referencia.