Fecha: 4 de mayo de 2025

Estimados y estimadas, el papa Francisco nos dejó el pasado lunes de Pascua. En memoria agradecida por su extraordinario ministerio como sucesor de Pedro, quisiera presentaros algunos de sus rasgos pastorales, que coinciden con los de san Pablo VI, el Papa que llevó a buen término el Concilio Vaticano II.

Ante todo, el pontificado de Pablo VI representó el inicio del fin del eurocentrismo eclesial, que ha culminado con el papa Francisco. Bergoglio nos vino desde la periferia del mundo, y se convirtió, además, en el primer Papa del hemisferio sur y el primero no europeo después del sirio Gregorio III, fallecido en el año 741. En las últimas décadas se ha perfilado un mapa eclesial en el que Europa constituye la excepción dentro de una situación de catolicismo emergente en África y Asia, mientras América aguanta el golpe frente al complejo fenómeno del neopentecostalismo. Pablo VI fue el primer Papa de la historia que visitó los cinco continentes. Se abrieron nuevos caminos para el papado, que fueron continuados por sus sucesores y han culminado con el papa Francisco.

En sus principales exhortaciones, Pablo VI habló de la alegría del anuncio del Evangelio, a pesar de las dificultades y del hecho de ir contracorriente. Se trata de «la dulce y confortadora alegría de evangelizar» (EG 9-13), expresión que el papa Francisco tomó de la Evangelii nuntiandi de Pablo VI (n. 80).

Una de las palabras clave del papa Francisco ha sido la palabra diálogo, fundamento de la sinodalidad. Nos recuerda la primera encíclica de Pablo VI, Ecclesiam suam, que ha pasado a la historia como la gran encíclica del diálogo eclesial. Tanto para el papa Francisco como para Pablo VI, el anuncio fundamental que se debe comunicar es el diálogo de Dios hacia nosotros; es decir, en palabras de Francisco, «el amor personal de Dios que se hizo hombre, se entregó por nosotros y vive ofreciendo su salvación y su amistad» (EG 128). Las características supremas de este coloquio salvador deben reproducirse en el diálogo entre la Iglesia y la humanidad.

El papa Francisco ha querido una Iglesia samaritana, servidora, pobre. Es lo que explicitaba Pablo VI cuando en su viaje a la ONU se preguntaba qué podía aportar la Iglesia al conjunto de las naciones. Y respondía: la Iglesia es «experta en humanidad». Poco después, en la clausura del Concilio, dirá que «la antigua historia del samaritano ha sido el modelo de la espiritualidad del Concilio» (n. 8). De hecho, el mismo Pablo VI había pedido consejo a todo el pueblo cristiano sobre cómo debía desarrollarse este modelo de servicio, y apelaba al «sentido de la fe» del pueblo cristiano, «como voz autorizada que interpreta los mejores impulsos con los que late el Espíritu de Cristo en la santa Iglesia», para que explicite «cómo hoy, tanto pastores como fieles deben educar el lenguaje y la conducta de acuerdo con la pobreza». El paradigma del buen samaritano, que Pablo VI propuso como icono de lo que la Iglesia debía ser, se formuló en la Asamblea Latinoamericana de Puebla (1979) con la expresión samaritaneidad, un lenguaje de alcance universal, que recuperó el papa Francisco en su Magisterio, él que también ha querido «una Iglesia pobre y para los pobres» (EG 198).

Vuestro,