Fecha: 23 de marzo de 2025
Escribo estas líneas el sábado 1 de este mes de marzo. Por razones de impresión y distribución del FULL DOMINICAL lo hago con cierta antelación para estar presente con mis escritos en las celebraciones de cada domingo. Escribo tras una celebración de formación con motivo de la renovación de autorizaciones para los Ministros Extraordinarios de la Comunión. Nos hemos reunido más de ciento cincuenta personas de todas las parroquias de la diócesis para reflexionar sobre el servicio encomendado por la Iglesia para ayudar en la distribución de la Eucaristía en los templos y para llevarla a los enfermos e impedidos en los hospitales, residencias y domicilios. Ha sido una mañana muy intensa para todos; se ha vivido con mucha alegría por parte de los participantes que han renovado este servicio que beneficia a toda la comunidad. Una primera parte ha consistido en una reflexión-meditación de un sacerdote sobre el Sacramento de la Eucaristía y una segunda parte relacionada con los aspectos prácticos de esta importante actividad eclesial que protagonizan muchos voluntarios y también quienes se responsabilizan de la Pastoral de la Salud.
Dejamos constancia aquí del agradecimiento de toda la diócesis hacia estos ministros por su gran servicio de acompañar a los enfermos y acercarles a Jesucristo en su particular situación.
Durante este tiempo se nos ha pedido a todas las comunidades católicas que recemos por la vida y el ministerio del papa Francisco, ingresado durante dieciséis días en un hospital de Roma. Así lo hacemos en todas las parroquias y comunidades de la diócesis pidiendo a Dios fortaleza para afrontar la enfermedad y poniendo la vida propia y ajena en sus manos. Aceptamos siempre su voluntad. En la vida y en la muerte somos del Señor.
A raíz de esta especial circunstancia del Santo Padre he sentido el impulso de dar a conocer y comentar uno de sus últimos mensajes que nos ha dirigido a todos. Me refiero al que, como cada año, nos escribe para que vivamos con mayor autenticidad el tiempo de la Cuaresma.
Ha puesto un título, Caminemos juntos en la esperanza, y tras recordar la importancia de este tiempo, “enriquecido por la gracia del Año Jubilar” que culmina con la Pascua, ofrece algunas reflexiones sobre el significado de caminar juntos y descubrir las llamadas a la conversión que la misericordia de Dios nos dirige a todos de manera personal y comunitaria.
Caminar, como el lema del Jubileo, Peregrinos de esperanza, evoca el largo viaje del pueblo de Israel hacia la tierra prometida. Es el difícil camino desde la esclavitud a la libertad. Por este motivo actualiza el Papa este trayecto con algunas preguntas que nos interpelan para descubrir lo que Dios nos pide para ser mejores caminantes hacia la casa del Padre. Es un buen “examen”.
En segundo lugar, nos dice el Papa, que “hagamos este viaje juntos”. Los cristianos están llamados a hacer el camino junto a otros, nunca como viajeros solitarios; eso significa ser artesanos de unidad partiendo de la dignidad común de hijos de Dios, significa caminar codo a codo, sin pisotear o dominar al otro, sin albergar envidia o hipocresía. Vamos todos en la misma dirección escuchándonos los unos a los otros con amor y paciencia.
En tercer lugar, que recorramos este camino juntos en la esperanza de una promesa. Que esta Cuaresma sea para nosotros el horizonte hacia la victoria pascual. La muerte ha sido transformada en victoria y en esto radica la fe y la esperanza de los cristianos. Termina con algunas preguntas directas que nos ayudan a la reflexión personal y comunitaria.