Fecha: 28 de septiembre de 2025

Estimados hermanos y hermanas migrantes:

A las puertas de la 111ª Mundial del Migrante y del Refugiado y a la luz del Año Jubilar, cuánto pienso en lo difícil que es, a veces, vuestra vida y en los obstáculos, las dificultades y los miedos que tenéis que librar para alcanzar una vida mejor.

Migrantes, misioneros de esperanza reza el lema de este año, el cual pone en el centro vuestra valía, fuerza y tenacidad para alcanzar esa felicidad que se esconde detrás de unas fronteras que llevan inscritos a fuego vuestros nombres.

La vida cristiana es un camino apasionante, una peregrinación colmada de circunstancias inusitadas que alcanza su fin en una meta: el encuentro con Jesús Resucitado. En ese peregrinar constante, vamos recorriendo ese sendero ataviados con el amor que brota del Sagrado Corazón de Jesús: «Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más ahora que estamos reconciliados, seremos salvados por su vida» (Rm 5,10).

Si Él es vuestra esperanza, la luz y la salvación que ilumina las sombras de vuestros senderos, ¿a quién temeréis? ¿Quién os hará temblar, si Él es la defensa de vuestra vida? Abrid vuestras manos y acoged cada palabra del Salmo 26: habitad en la casa del Señor, gozad de su dulzura, contemplad su templo; Él os protegerá el día del peligro, os esconderá en lo más recóndito de su morada y os alzará  sobre la roca; os protegerá del enemigo hasta que en su tienda cantéis y toquéis para Él (cf. Sal 26).

«La sociedad contemporánea ha olvidado la experiencia de llorar, de ‘sufrir con’: la globalización de la indiferencia nos ha robado la capacidad de llorar», decía el recordado Papa Francisco en julio de 2013, desde la isla de Lampedusa, donde asistió conmovido por el naufragio de una lancha neumática cargada de migrantes procedentes de África. No estáis solos. La Iglesia acompaña vuestro dolor y lo hace suyo. Porque habéis sido creados a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1, 26-27), e igual que en el ser humano está impresa la imagen de Cristo, vuestra llegada abre la puerta a una nueva evangelización y a espacios para que crezca una nueva humanidad, preanunciada en el Misterio Pascual (cf. Mensaje del Papa Francisco para la JMMR, 2014)

Confiad en Dios y todo peligro se disipará antes de que anochezca en vuestro corazón. Vuestro testimonio es un signo de lucha, de tenacidad y de resiliencia. Estamos con vosotros, porque no sois piezas de un puzle sin sentido ni peones varados en tierra de nadie sobre el tablero de la humanidad. Sois la caricia tierna de Dios que nos recuerda –en la piel de María, Jesús y José– cómo la Sagrada Familia de Nazaret también fue emigrante, refugiada y sufrió la experiencia del rechazo. Pero, al final, recibieron de Dios el legado que transformó sus vidas: que, a pesar de todo, Él nunca les abandonó.