Fecha: 12 de octubre de 2025
No hay nada más humano y más divino que saber decir: necesito. Esta expresión del papa León XIV nos ayuda a pensar. Vivimos rodeados de polarizaciones políticas, sociales y religiosas que lo reducen todo a adversarios a abatir desde una pretendida superioridad moral. Pero, ¿cuál es la palabra que casi nadie se atreve a pronunciar en público? Justamente esta: necesito.
Decir “necesito” es reconocer la propia fragilidad y abrirse al otro. Pero nuestra sociedad parece avergonzarse de la dependencia mutua. Se premia la autosuficiencia y se ignora que todos llevamos dentro necesidades parecidas que, cuando las vemos cumplidas, nos ayudan a vivir y convivir en paz; pero también dimensiones interiores que reclaman sentido, identidad, escucha y esperanza. Me preocupa que las broncas en política, cultura o religión transmitan la sensación de desconectar de la realidad y las necesidades básicas o profundas de las personas y las comunidades. En la Iglesia tampoco estamos exentos del peligro de hablar demasiado desde la burbuja, con recetas prefabricadas y cerradas que no respetan los procesos. Os invito a escuchar el clamor de aquellos que no se atreven a decir con sencillez: no necesito ser juzgado sino escuchado, necesito esperanza, necesito ser acompañado según mis circunstancias hacia una experiencia de Dios amor, fuente de identidad y de sentido. El Papa León XIV nos anima a una pastoral “que no juzga y acoge a todos”.
El Papa Francisco nos recordaba que “estamos perdiendo la capacidad de escuchar a quien tenemos delante.” Cuando la política, la cultura o la Iglesia viven de espaldas a este grito, se cierran sobre sí mismas y caen en la trampa de la endogamia. Y la endogamia, a todos los niveles, es letal: nunca es fecunda ni portadora de vida. Solo el contacto con el otro, diferente y a veces incómodo, puede abrir caminos de renovación.
Por eso el reto es múltiple. A nivel social, cultural, político, religioso, ¿no necesitamos menos trincheras y más espacios de diálogo? Si todos nos atreviéramos a decir necesito y qué necesito, descubriríamos que es mucho más lo que nos une que lo que nos separa. Todos queremos lo mejor para las próximas generaciones. ¿Por qué, pues, tantos jóvenes perciben el futuro como una distopía? Quizás porque no ven adultos capaces de confesar su necesidad, de abandonar la máscara de seguridad y de construir juntos respuestas. Digamos necesito, acojamos las necesidades reales de los otros y de un nosotros cada vez más grande.
Puede ser que un futuro no distópico dependa de nuestra capacidad de abrazar cada día esta palabra sencilla y revolucionaria: necesito, nos necesitamos. Pronunciemos pues el antídoto contra la distopía. Quizás, si lo asumimos con humildad, volveremos a ser y sentirnos humanos ante los otros y divinos ante Dios.