Fecha: 14 de diciembre de 2025
Estimado hermano privado de libertad:
Estos días en los que la Iglesia celebra en Roma el Jubileo de las Personas Privadas de Libertad y hacemos memoria de Nuestra Señora de la Esperanza, quiero hacerte llegar estas palabras con el corazón en la mano y tu recuerdo en mi mirada. Sí, tú, que ahora lees esto, quiero decirte que estoy contigo y no me he olvidado de ti. Sé que, a veces, el recuerdo es frágil frente a la dureza del encierro y al frío de la soledad, pero también sé que Dios elige lo débil para levantar del suelo lo que parece imposible de reconstruir. Por eso, hoy deseo que esta glosa que te escribo sea para ti un soplo de aliento, un hilo de luz en medio de la noche, una pequeña grieta por donde pueda entrar un poco de paz.
¿Sabes? Cuando el Señor dijo «estuve en la cárcel y vinisteis a verme» (Mt 25, 36), lo hizo porque Él está a tu lado, no solamente consolando tu latir, amparando tu pena y protegiéndote del miedo, sino también encarcelado como tú. Así, Cristo no te mira desde lejos ni desde la pureza de un cielo que no conoce heridas. Él está a tu lado, sentado en tu celda, respirando tu mismo aire, velando cada madrugada en la que el sueño no llega, recogiendo esas lágrimas que nadie ve, paseando por el patio mientras miras al suelo, rezando entre tus manos, soportando las angustias de tus días más cargados… No hay barrote ni cerrojo que lo detenga, porque donde está un hijo amado, allí está Él; y tú eres el hijo más amado de Dios.
San Juan Pablo II, quien se reunió en prisión con el hombre que le intentó asesinar, decía que «no hay pecado que supere la capacidad infinita del perdón de Dios», y esa convicción es la que debe sostenerte cuando todo parezca perdido. El Señor no borra el sufrimiento, pero entra en él para darle sentido y transformarlo desde dentro. Solo Él cura tus heridas, acompaña la soledad que te pesa como un muro de hormigón y reviste de dignidad cada hálito de tu vida, incluso los días que no encuentras sentido al vivir.
Llevas un mundo dentro, una historia de decisiones y momentos que, quizá, desearías borrar, pero también llevas un corazón capaz de renacer. Dios conoce tu vida entera y no se escandaliza de ella, porque Él mira más allá de lo que has hecho: contempla la semilla que nadie ve, el deseo de cambiar, la bondad que late en ti, la ternura que quizás nunca pudiste mostrar y lo que puedes llegar a ser. Y eso le basta.
Levanta hoy tu mirada hacia María, Ella sabe lo que es esperar entre tinieblas y sostenerse en una promesa cuando todo alrededor hace silencio. Quiere que le hagas hueco en tu celda para recordarte que el amor de su Hijo no depende de tu pasado, sino de su misericordia. Cristo está en tu condena, porque también fue condenado; está en la orfandad de tu noche, porque también fue enjuiciado; está en tu dolor, porque también fue perseguido. Desde ahí salvó al mundo. Y desde ahí te dice hoy: «No temas, estoy contigo, tu historia no ha terminado; hay caminos que aún no has visto y que yo recorreré contigo». Recibe hoy mi abrazo y mi bendición.


