Fecha: 8 de junio de 2025

Estimadas y estimados, este domingo celebramos Pentecostés, una jornada muy señalada en nuestra fe cristiana. Festejamos la irrupción en el mundo del Espíritu del Cristo resucitado, un acontecimiento que ilumina nuestra humanidad trascendiéndola hacia su plenitud. En efecto, el Espíritu no nos aparta de la realidad, sino que nos arraiga aún más en ella, nos humaniza y humaniza toda realidad personal y social.

Uno de los efectos de este humanismo espiritual es la comunión en la diversidad. Inclinados todos hacia la dispersión y la autorreferencia, descubrimos que la docilidad al Espíritu nos otorga el único lenguaje que comunica sin separar: el lenguaje del amor. Por eso, aquel pequeño grupo de discípulos, antes temeroso y encerrado, aprende a transparentar, de forma universal y plural, el milagro de la comunión, que se abre paso en medio de la diversidad más evidente.

El Espíritu no uniformiza, sino que armoniza; no impone, sino que propone; no destruye, sino que edifica. En un mundo roto por las diferencias, el Espíritu nos llama a celebrarlas, a escucharlas y a dejarnos enriquecer por ellas.

Una llamada muy actual. Vivimos en un tiempo de gran complejidad. El mundo entero experimenta tensiones sociales, migraciones constantes, desigualdades que se agravan, desafíos medioambientales inaplazables y polarizaciones políticas y culturales que nos alejan unos de otros. Dentro de este panorama, nuestras comunidades pueden sentirse confundidas, desorientadas y heridas. La tentación más fácil es quizá replegarnos sobre nosotros mismos, atrincherarnos tras muros ideológicos o culturales, y mirar con recelo al otro, al diferente.

Pentecostés nos ofrece un camino alternativo. Nos recuerda que el verdadero Espíritu abre ventanas y construye puentes en lugar de levantar muros; extiende la mano en lugar de apagar la vida; hace posible la escucha, la comprensión y el reconocimiento mutuo, en lugar de presentarnos como amenazas unos a otros.

En aquella primera manifestación de Pentecostés, los discípulos no permanecieron encerrados en casa, sino que salieron a anunciar a todos los pueblos la esperanza y el compromiso por un mundo nuevo. También nosotros queremos caminar por todos los cruces de la humanidad y anunciar que la paz y la fraternidad son posibles.

El Espíritu impulsa a las personas de buena voluntad a convertirse en mensajeros de la paz en un mundo lleno de conflictos. Por eso, Pentecostés es la fiesta de la palabra compartida, de la diversidad reconciliada, del coraje que nos impulsa a salir al encuentro del otro, especialmente del más necesitado.

Vuestro,