Fecha: 29 de junio de 2025
El día 29 de junio, que este año coincide en domingo, los católicos celebramos con gran alegría la solemnidad de los Apóstoles Pedro y Pablo, dos pilares fundamentales de la Iglesia. Esta fiesta, centrada especialmente en la figura de San Pedro, primer apóstol y primer Santo Padre, nos invita a contemplar con ojos de fe el misterio de la Iglesia universal, nacida de la cruz de Cristo e instituida en la fiesta de Pentecostés. Está edificada sobre la roca firme de su confesión ante las preguntas un tanto sorprendentes del mismo Jesús, quien oyendo sus acertadas respuestas y comprendiendo su sinceridad, escucha la afirmación que es al mismo tiempo una acto de fe y un programa de vida para todo apóstol y seguidor suyo: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16).
Pedro, humilde pescador de Galilea, fue elegido por Jesús para recibir las llaves del Reino. A pesar de sus debilidades —como su triple negación en la noche de la pasión—, fue confirmado en la fe y enviado a pastorear el rebaño del Señor. Su misión no fue una dignidad humana, sino un servicio enraizado en el amor: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?” (Jn 21,17). Ese amor lo condujo a la entrega total, hasta el martirio en Roma, donde hoy se levanta la Basílica Vaticana como signo visible de la continuidad apostólica.
Anualmente, en esta solemnidad, la Iglesia conmemora el llamado Día del Papa, recordando que el ministerio de Pedro sigue vivo en el sucesor que el Espíritu Santo, por medio de la elección de los cardenales, concede a la Iglesia. Este año los católicos lo hemos vivido con especial emoción por la reciente elección del Papa León XIV, quien ha recibido la pesada pero preciosa herencia de guiar al Pueblo de Dios con sabiduría, humildad y valentía evangélica. Ha sido seguido este mismo acontecimiento por millones de personas como un gran espectáculo pero al mismo tiempo se ha vivido con una profunda fe y alegría, aceptando el designio del Salvador.
Desde la diócesis de Lleida, unida al corazón de la Iglesia universal, elevamos nuestra oración por el nuevo Pontífice. Pedimos que sea, como Pedro, roca para sostenernos en la fe; y, como Pablo, incansable anunciador del Evangelio. Que el Espíritu Santo lo guíe en tiempos de grandes desafíos, cuando la Iglesia necesita pastores que no desfallezcan, que escuchen, que amen y que abran caminos de comunión.
La figura de San Pedro nos recuerda que la Iglesia sobrepasa las fronteras administrativas o políticas, es una comunidad extendida por los cinco continentes, pero un solo Cuerpo, una sola fe, un solo bautismo, unidos en torno a Cristo y en torno al Papa, signo visible de esta unidad. Nuestro amor por la Iglesia se expresa en la comunión con su pastor universal, pero también en la oración, en la colaboración y en la disponibilidad para servir allí donde el Señor nos lo pida.
Deseo que esta fiesta nos ayude a redescubrir nuestra pertenencia a una Iglesia que no es fruto de ningún proyecto humano, sino obra del Espíritu. Una Iglesia que avanza en medio de la historia, a menudo entre dificultades e incomprensiones, pero con la confianza de que el Señor no la abandona: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no la vencerán” (Mt 16,18).
Ojalá sepamos vivir esta jornada con una mirada amplia y universal. Hagamos llegar al Papa León XIV nuestro afecto y nuestra sincera colaboración. Oremos por él, para que Dios le conceda la fuerza para confirmarnos en la fe. Y que, con el ejemplo de San Pablo, sepamos también nosotros renovar cada día nuestra adhesión a Cristo y a su Iglesia anunciando a todos sin miedo y con convicción lo que representan en favor de toda la humanidad.